Convertirse en Abogado en la Cárcel, donde el Terreno es Más Fértil para la Delincuencia
La fabricación de un delito llevó a Frumencio Peña a estar preso 11 años en el Reclusorio Oriente, de la CDMX, pero aprovechó el encierro para convertirse en abogado
Andrés M. Estrada
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El vehículo se frena de manera intempestiva para evitar arrollar a los tipos que pelean sobre la calle. El conductor, al ver que le dificultan el paso, desciende para intentar calmar los ánimos entre un par de comerciantes ambulantes y un cliente que reclama por un producto. De pronto en medio de la disputa todo se vuelve turbio y aparecen un par de policías que lo detienen para remitirlo al Ministerio Público (MP) 6 de Iztapalapa, en la Ciudad de México.
Ese 5 de junio de 2007 fue víctima de la fabricación de un delito: fue acusado de robo y extorsión.
Eso le costará 11 años de su vida encerrado en una prisión, donde el terreno es más fértil para convertirse en delincuente, aún siendo inocente, o emprender un grado más en la escuela del crimen.
Aunque a veces las historias cambian y tienen otros finales, como la de Frumencio Peña Tapia, quien se convirtió en abogado dentro de la cárcel. Pero estar ahí no es nada fácil.
“A ver, cabrones, quítense la ropa”, ordena uno de los custodios a los recién llegados al reclusorio Oriente de la CDMX. Han pasado 48 horas desde que Peña Tapia, fue detenido mientras se dirigía a dejar unos oficios justo al lugar donde se encuentra encerrado. En el MP no logró acreditar su inocencia y ahora está aquí, desnudo.
De un montón de prendas de color beige toma una playera y un pantalón que más se acerca a su talla, que a simple vista se nota el desgaste y están impregnados de mugre. Luego es enviado al área de ingreso donde permanece unas semanas con un abogado de oficio que no le sirve de nada y después es trasladado al Centro de Observación y Clasificación (COC). La defensa es inútil y llega su sentencia 6 meses después: 13 años. Así es enviado a la zona de población.
Convivir con los reclusos en cualquiera de las tres áreas no es sencillo y peor en su caso, al ser un agente de la Procuraduría General de la República (PGR). A su llegada alguien le advierte “no digas que eres de la PGR, mejor di que eres…”. Pero adentro todo se sabe. El desenlace no es difícil de imaginar.
En el penal Oriente, así como en varias cárceles del país, los que controlan no son los guardias de seguridad o custodios. Para eso están algunos presos, con largas sentencias o que ya llevan tiempo ahí, que se encargan de ordenar las tareas y sometimiento, como la fajina (aseo de la cárcel), ejercer violencia contra los presos y sobre todo los cobros de servicios y extorsiones.
El pase de lista de cada uno de los reos es a las 6 de la mañana, pero no sólo es estar presentes, sino pagar la respectiva cuota que van desde los 10 hasta los 50 pesos diarios, dependiendo de las circunstancias económicas de cada uno de ellos. Luego a las 7 am hay que pagar 30 pesos más por el candado, es decir para que abran la celda, sino la abertura es después de las 10. Por lo regular al nuevo es al que se le encomienda ese gasto.
Ahí para todo se paga. Lo peor es cuando la familia no cuenta con los recursos o no tienen el apoyo de alguno en el exterior, serán golpizas a cada momento y por cualquier motivo.
El consumo del rancho, como se denomina en el argot carcelario a los alimentos, es lo más antihigiénico e insalubre que puede haber adentro. Insípidos. Nada comestibles. Sólo los más necesitados los consumen, al no tener quien se los lleve desde casa o un ingreso económico para adquirirlos dentro de la prisión.
A veces en el desayuno es arroz con leche caducada, parecido a un engrudo y nada cocido. La comida no es algo mejor. Si en el menú se incluye carne en un guiso resulta imposible masticarla, casi cruda que no se logra desprender al morderla, acompañada de frijoles con regusto a bicarbonato, un intento de disfraz para ocultar que están echados a perder. A eso de las 6 de la tarde sirven un atole mal preparado, oliendo a quemado, sin azúcar ni endulzante y un pan parecido a una piedra pómez.
Luego las consecuencias. Diarreas interminables, dolores estomacales insoportables. Retorcerse en el piso.
Acceder al servicio médico, imposible. Primero hay que pagar un peaje de 10 pesos o más por cada una de las dos puertas antes de llegar al consultorio para la revisión de una enfermera o médico. Sino a esperar que el dolor y los malestares cedan. A veces algún recluso se compadece de ti y te comparte una pastilla para aminorar el martirio.
Y así transcurren cada uno de los días.
Un logro universitario
La desfortuna de Frumencio no ha sido tan mala. A pesar de que la dependencia para la que laboraba lo abandonó su familia no lo hizo. Debido a eso ha tenido dinero para cubrir cada una de las cuotas y tampoco ha tenido que consumir los deleznables alimentos de la prisión.
Al estar en el área de población un compañero le comenta que existe un programa de estudios universitarios por parte de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), mediante un convenio con el reclusorio. El propósito es enriquecer la vida de los internos; reducir los índices de violencia y ocupar el tiempo en el estudio y no en el ocio. Además que la educación contribuye a evitar la reincidencia.
Los días en este lugar son eternos. Al permanecer encerrado en prisión cualquiera puede caer en la depresión y adicciones. Peor aún, ser atraído por la delincuencia que se conjuga con cada uno de los presidiarios que reclutan a los de nuevo ingreso, sobre todo a los más jóvenes. Los envuelven con ideas de que si se unen a ellos serán respetados dentro y fuera de la cárcel.
Extorsiones telefónicas, robos, golpizas y un sin fin de delitos en esta tierra avernal son las tareas para quienes acceden.
Peña Tapia evade estas acciones y decide continuar su labor profesional, pero sólo hay un par de carreras para estudiar: ciencia política y administración urbana o derecho. Elige esta última.
El lugar para estudiar en el penal son un par de salones habilitados. Ahí se impartirán 50 materias durante 10 semestres los lunes, miércoles y viernes desde de las 9 de la mañana hasta 6 de la tarde, para no interponerse con los días de visita, que son el fin de semana, martes y jueves.
Cuando inician las clases Frumencio y el resto de sus 39 compañeros observan que el trato con los profesores es cordial y humano. No los discriminan por ser personas privadas de su libertad. Como cualquier clase que se imparte en la UACM la exigencia es la misma y con lecciones dinámicas. El material de estudio son fotocopias de lecturas de cada materia de la carrera de derecho.
El aprendizaje se vuelve sencillo para él, y conforme avanzan los primeros semestres un compañero se le acerca para solicitar asesoramiento sobre su caso. Así le escribe un oficio a mano: “Que tus familiares lo redacten en la computadora, lo impriman y lo lleven al juzgado”. Al poco tiempo llega su primer logro relacionado con los estudios de la carrera, pues al sujeto le otorgan su libertad.
‘Suerte de principiante’, dice Frumencio.
Enseguida se corre el rumor por los pasillos de las celdas y varios presos comienzan a buscarlo para pedir asesorías legales, en las que logra que varios disminuyan sus condenas o sean absueltos.
Uno es el de un reo que iba alcoholizado y un taxista lo acusó de robo sin ninguna prueba. A uno más, un albañil originario de Veracruz, que laboraba en una obra en la CDMX y se quedaba a dormir, el alcohol lo traicionó. Dos de sus compañeros se enfrentaron a golpes, pero la muerte intervinó en uno de ellos. El joven sólo se mantuvo como observador pero lo acusaron de homicidio.
Así el futuro abogado comienza a generar algunos ingresos económicos.
Tras su extenso esfuerzo y dedicación Frumencio Peña termina su licenciatura junto con alrededor de 10 compañeros más. Los otros desertaron o cumplieron sus condenas.
El interno que se ha convertido en abogado considera que ha obtenido un buen mérito, a parte de apoyar a dar clases de nivel secundaría a otros presos sin ningún tipo de pago y que inicia la maestría en derecho. Entonces solicita su libertad anticipada.
Pero para el juez que la recibe no es suficiente. En sus argumentos señala que tener una licenciatura e iniciar una maestría le representaba un proyecto laboral afuera. Aún así, observa que dentro del penal no se ha integrado a un curso de herrería, peluquería u otro oficio, así que se la niega. La respuesta es absurda.
El preso rechaza tomar alguno de esos cursos y oficios, porque su perfil está enfocado en otras actividades y estudios. Así que recurre a una cuota para que lo registren como si estuviera tomando las capacitaciones y le entreguen un documento que lo avale.
Mientras el tiempo transcurre lo emplea para realizar una maestría en derecho procesal, avalada por el Instituto de Estudios Superiores en Derecho Penal (INDEPAC), en el que debe de cubrir un pago de 900 pesos mensuales durante 4 cuatrimestres.
La manera de estudiar es diferente a la de la UACM. Los alumnos reciben tabletas electrónicas cargadas con los archivos, libros y demás material de consulta, y al final de cada mes acude un profesor para disipar dudas y darles asesorías.
De pronto se cumplen 4 años más hasta que en febrero de 2018 logra ser liberado de manera anticipada. Aún así son 11 años de su vida que ha pasado tras las rejas.
Esa madrugada que cruza la puerta que divide el reclusorio Oriente y la calle un instinto lo hace mirar atrás, los recuerdos prevalecen pero sabe que no desperdició ni un minuto luego de que le fabricaran un delito y resultara encarcelado.
Defender a falsos culpables
Han pasado 16 años de aquel agrio momento. Peña ya no viste el uniforme beige característico de los reclusorios de la capital del país. Las anécdotas de los códigos no escritos de la cárcel y de cómo tuvo la oportunidad de estudiar una carrera universitaria en la prisión son múltiples. También abundan las historias de los casos que ahora litiga.
Una de ellas es la de Daniel Ramos, acusado de homicidio calificado y asociación delictuosa. La madrugada del 9 de abril de 2016 agentes de la Fiscalía General del Estado de San Luis Potosí, derribaron la puerta de su hogar e ingresaron sin una orden de cateo. Su delito fue la amistad con Francisco Gómez, quien asesinó dos días antes a sus padres adoptivos, reconocidos catedráticos de la Universidad del estado. A pesar de no existir pruebas de su participación un juez le dictó sentencia de 67 años de prisión.
Otro de los procesos que lleva Frumencio, es el de Jorge Alberto, preso en Morelia, Michoacán, acusado de secuestro y homicidio. Sólo por acusaciones directas del padre de la víctima y sin pruebas fue detenido y sentenciado a 70 años.
Al igual tomó el caso de Israel Garnica, a quien se le vinculó al sujeto que conducía el taxi desde donde se arrojó una joven en Iztapalapa, en noviembre de 2022, y murió, a pesar de que él no manejaba. Su detención fue por narcomenudeo pero salió libre luego de que se comprobó que le sembraron el delito.
Así abundan los litigios para defender injusticias. El más reciente es el de una pareja de estudiantes de la UACM, detenidos el 16 de febrero de este año en Los Reyes, La Paz, Estado de México. Ese día policías encañonaron con una pistola a Jonatan y su novia mientras circulaban en su motoneta. Luego los llevaron por la fuerza y golpes al Bulldog Beer, un bar de mala muerte.
Ahí los acusaron por el delito de extorsión, al señalar que amenazaron a la encargada exigiendo el cobro de piso para el Cártel Jalisco Nueva Generación. Ahora están recluidos en el penal de Neza Bordo.
La vocación de Frumencio Peña por defender a falsos culpables es al identificarse con ellos. Sabe cómo funciona el sistema cuando se enfrentan a un proceso viciado en el que se fabrican delitos y no quiere que sean unas víctimas más como él.
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