“Odio Tener Este Trastorno”: Padecimientos Mentales Generan Discriminación y Abandono
Personas con enfermedades mentales son víctimas de la estigmatización y discriminación. Los consideran incapaces de desarrollar alguna actividad laboral o integrarse en el entorno social y familiar
Andrés M. Estrada
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La fascinación por adquirir fauna silvestre hasta agotar su dinero no la entiende. Serpientes, iguanas, geckos, mantarrayas, tortugas y un sin fin de huéspedes habitan en improvisados y diminutos condominios construidos con peceras o recipientes de plástico translúcidos. Cuando alguno muere enseguida es reemplazado por un inquilino más. Su necesidad de rodearse de ellos es porque padece un trastorno, pero él no lo sabe.
La primera crisis lo presiona. Una depresión severa lo lleva a un internamiento en el Hospital Psiquiatrico Fray Bernardino Álvarez, en la CDMX. En su estancia de corto tiempo le realizan estudios y lo mantienen en observación hasta ser dado de alta. Luego sin ninguna mejoría transcurren los días y es llevado a recibir atención en el Instituto Nacional de Psiquiatría, donde creen que tiene un trastorno mental, pero no le dan un diagnóstico exacto.
Su padre, desesperado, contacta a un psiquiatra particular que le realiza varías pruebas y un electroencefalograma. Entre consultas constantes transcurre un año y medio hasta obtener el diagnóstico, pero pide que acuda su familia más cercana. Ese día les explica que las enfermedades mentales son complicadas de entender para los familiares; también que quienes las padecen terminan, en ocasiones, desamparados, convertidos en indigentes, drogadictos o son internados en hospitales y abandonados.
Enseguida les informa que padece de un trastorno bipolar tipo II, y parte de su comportamiento es obsesivo-compulsivo –por eso su necesidad de adquirir animales.
Han transcurrido casi tres lustros desde ese episodio. “Me lo diagnosticaron cuando tenía 28 años. Eso quiere decir que fue hace 14 años”, rememora ahora a la edad de 44. Para Pablo Cisneros no es fácil hablar sobre su enfermedad, sobre todo porque con quienes convive en su entorno familiar y laboral les es difícil entenderlo. “Odio tener este trastorno, es un estigma donde no podemos hacer muchas cosas las personas que tenemos este padecimiento”, lamenta mientras prosigue con su relato.
Sin especificar qué le ocurrió, recuerda que cuando laboró en un restaurante y les mencionó su trastorno le fue mal: “La integración en lo laboral y en lo social fue sumamente compleja, por lo cual decidí mejor no mencionarlo”. En su círculo familiar con tíos, abuelas y abuelos ha resultado complejo que lo entiendan. Ellos creen que su condición es una simulación.
Su hermano Estelí fue uno de ellos. “Me costó mucho trabajo entenderlo, en algún momento yo decía que se estaba haciendo pendejo, que ya le había gustado digamos ser mantenido; porque mi papá mucho tiempo lo mantuvo económicamente, se hacía cargo de sus necesidades. Incluso de su familia”, cuenta desde su negocio, un restaurante de pizzas donde hasta hace unos meses Pablo laboraba como repartidor.
Luego prosigue: “Invierte mucho dinero en sus gustos de los animales y no puede enfocarse en algo (...) Y si es complicado entender que no pueda ir a buscar un trabajo normal; le cuesta las entrevistas y de repente cumplir objetivos”.
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Estigmatización y abandono
Así como Pablo, en el país las personas con trastornos psicóticos, bipolares, esquizofrenia y otros desórdenes mentales son víctimas de la estigmatización y discriminación, incluso del abandono. Los consideran locos, incapaces de desarrollar alguna actividad laboral o integrarse en el entorno social y familiar.
“El enfermo mental se enfrenta a la estigmatización como un paciente de riesgo. Impredecible. Nadie lo quiere contratar. Nadie le quiere dar trabajo”, explica Francisco Shimasaki, médico psiquiatra en el Hospital Psiquiatrico Fray Bernardino Álvarez y profesor de la Escuela Nacional de Medicina y Homeopatía (ENMyH) del IPN.
Los trastornos mentales se pueden clasificar en 2 niveles de alteraciones, detalla su colega el psiquiatra Clemente Barragán, jefe del servicio de psicología y rehabilitación psicosocial del Hospital Psiquiátrico Samuel Ramírez Moreno.
“Una es el trastorno de la personalidad, que no es una enfermedad mental de tipo psicótico con delirio, es un comportamiento que sale de lo común”, apunta. El segundo son “otro tipo de alteraciones que se conocen en el ámbito común de la enfermedad mental. Voy a usar el concepto entre comillas 'locura', es al que le llaman loco, porque ya tiene visiones, escucha voces…”. A esto agrega que el origen de ambos puede ser psicosocial o biológico.
Barragán expone que en el trastorno de la personalidad son de temperamento muy exagerado, muy explosivo, pero realizan actividades. Se involucran en una cotidianidad social cambiando de trabajos, pero el que tiene enfermedad mental va a tener mucho problema para una adaptación en la vida cotidiana.
Datos del Instituto Nacional de Salud Pública destacan que de las 10 enfermedades más discapacitantes en México, tres son neuropsiquiátricas: desórdenes mentales, desórdenes neurológicos y uso de sustancias.
La atención de los enfermos psicóticos se ve con mayor frecuencia en hospitales psiquiátricos, porque son enfermos que no se pueden controlar en casa .“No pueden tenerlos sin atención psiquiátrica, entonces requieren la administración de psicofármacos para poder lograr su estabilidad. Si hay una interacción de las personas en estado psicótico van a tener conductas erráticas, que pueden poner en riesgo a sí mismos y a los familiares”, destaca Shimasaki.
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“Actualmente la hospitalización de larga estancia ya no está permitida. Solamente es un tratamiento de síntomas agudos, se controla y se va a su casa”, subraya Clemente Barragán. Sin embargo, rememora que cuando se permitía, el paciente recibía su terapia y era estabilizado, lo enviaban a su casa, pero los familiares lo regresaban de nuevo psicótico y preferían que estuvieran más tiempo.
Pero cuando de nuevo los estabilizaban, desde los mismos hospitales los llevaban a su domicilio “con el afán de decirle (al familiar) ‘mire, se lo traemos. Está estable, pero la familia ya no vivía ahí y así comenzó el abandono”.
Síndrome del cuidador
Carmen prefiere no revelar el nombre de su hija, pero platica que hace 10 años comenzó con depresión severa y un trastorno de personalidad. Era 2013. Su historia es similar a la de Pablo. La primera atención la recibió en el hospital Fray Bernardino donde fue internada. Tras su valoración fue dada de alta y volvió a su casa, aunque por breve tiempo porque tuvo una recaída, pero al regresar al instituto no tenían cupo, entonces tuvieron que buscar en otro lugar para su atención.
Ésta la encontró en el Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz en la CDMX, donde la atienden en la actualidad.
Hace 6 años la dieron de alta de sus primeros dos trastornos, sin embargo, comenzó con el Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC). “En el transcurso de las consultas le salió el TOC, de que revisa mucho las puertas; se lava mucho las manos; no quiere que le hablen cerca de su plato. Con el medicamento y la terapia ha avanzado, y que el trastorno se le vaya quitando. El doctor me comentó que en 2 ó 3 años se le puede quitar. Pero depende del medicamento y si es constante con su terapias y consultas”, detalla Carmen.
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Cuando padeció depresión le recetaron clonazepam, valproato de magnesio y fluoxetina, por los que gastaban, Carmen y su esposo, alrededor de 2 mil pesos mensuales. Ahora con el TOC le recetaron sertralina y a veces clonazepam, porque tiene trastornos de sueño, y el gasto se redujo a alrededor de 500 pesos.
Aunque convivir con una persona que padece un trastorno mental no es sencillo y sobre todo llevar sus cuidados. “Es difícil, porque cuando ella tenía depresión severa no entendía que se tenía que tomar el medicamento. Tenias que estar verificando que se lo tomara, decía que no lo necesitaba”, recuerda Carmen. Tras iniciar sus terapias psiquiátricas su hija tomó consciencia de que sí lo requería.
Ahora con el TOC, que se caracteriza por tener pensamientos excesivos que llevan a realizar comportamientos repetitivos, “a veces estamos platicando y se enoja de que estas cerca de ella, siente que le escupiste en su plato, o si te sientas en su silla. Uno se siente mal, pero por las pláticas que nos han dado en el hospital todos hemos tomado conciencia que debemos apoyarla”, agrega la madre de la joven veinteañera.
En el caso del trastorno de Pablo son episodios depresivos e hipomaníacos (estado de ánimo elevado o irritable). Estelí comenta que el trato con su hermano en ocasiones es complicado sobrellevarlo: “Puede tener cambios muy abruptos de estados de ánimo; es complicado hablar con él y tener una comunicación afectiva. Siempre tiende a entender algo que no es lo que le quieres decir y eso te complica mucho la comunicación”.
Otro de los problemas con Pablo es que de repente ha dejado de tomar su medicamento o ha abandonado su terapia, lamenta su hermano. Algo que el psiquiatra les comentó que ocurre regularmente con los pacientes.
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Lo que desconocen ambos familiares es que en algún momento ellos también pueden verse afectados con el síndrome del cuidador, que son aquellas personas con un desgaste físico, psicológico y de salud en general, tras el cuidado constante de un enfermo mental.
Francisco Shimasaki lo llama el colapso del cuidador: “Se da en las personas que van a atender a una persona en condiciones mentales desfavorables. Se ha observado que los cuidadores son familiares cercanos, pareja e hijos. Son gente que no ha recibido preparación o estudios (sobre los cuidados). Obviamente les cuesta mucho trabajo aceptar las condiciones”. Además, dice, pueden darse casos en los que padezcan ansiedad o el consumo de sustancias.
Clemente Barragan lo resume en el desgaste físico y emocional. “La convivencia con un enfermo mental, es batallar con el cambio de conducta, las agresiones, el descuido del mismo paciente y de la familia. Es una manifestación de cansancio del familiar (...) Va a tener muchos problemas porque llegan a considerar que si ellos no cuidan al enfermo nadie los va a cuidar igual”, apunta.
La ocasión que le dieron su diagnóstico a Pablo, el psiquiatra le advirtió lo crudo que sería llevar su vida. Al paso de los años se separó de su esposa; encontrar un trabajo estable no ha sido sencillo, y hace unos meses dejó de laborar con su hermano en la pizzería luego de una discusión que tuvieron. Estelí aún se preocupa por él aunque por el momento no mantengan comunicación.
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