“Solo Pensaba en Patear una Pelota”: Mujeres Superan Violencia y Adicciones con el Futbol
En entornos violentos y propicios para caer en adicciones, el deporte resulta un gran aliado para tener un futuro mejor.
Andrea Vega | N+
COMPARTE:
Cuando Mónica Sánchez patea una pelota, se olvida de todo lo demás. El futbol es su pasión y su gran distractor. Así ha sido desde que era niña, tras de un balón borraba el recuerdo de la muerte de su hermano o el miedo de ver cada día por última vez a su mamá, víctima de violencia extrema por parte de su padre.
Mónica, quien vive en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, juega futbol desde que tenía siete u ocho años. Jugaba en la calle, con los niños. En su casa había mucha violencia. Su padre era alcohólico, golpeaba a su mamá y a quién se atreviera a defenderla.
La joven, de ahora 29 años, tiene tres recuerdos fijados de su infancia. Una vez que su padre mandó a los cinco hijos a comprar de cenar y se quedó solo con su esposa. Cuando los niños volvieron estaba golpeándola. “Esa vez le pegó muy fuerte, la sacó arrastrando a la calle, pensé que iba a matarla”. En otra ocasión, su padre llegó a la casa alcoholizado, empezó a golpear a su esposa y la amenazó con un machete, quería matarla.
Mónica temía que su padre matara a su madre en cualquier momento. De hecho, un día, el director de la escuela a la que asistían les dio a los niños un aventón a su casa, su mamá no podía ir por ellos, vendía chicharrones para completar el gasto. Aquel día del aventón, el hermano dos años mayor que Mónica pensó que algo le estaba pasando a su mamá y se atravesó la calle sin fijarse, lo atropellaron.
"Recuerdo muy bien ese día. Mi hermano y yo veníamos de la mano, pero él se soltó, cruzó la carretera, porque nosotros vivíamos en la orilla, y el coche que venía lo atropelló".
Con la muerte de su hermano, la violencia en casa de Mónica se acrecentó. Su padre le reprochaba a su madre no haber ido por los niños a la escuela y la golpeaba con más rudeza.
Mi mamá aguantó mucho, yo creo que por la cuestión económica, éramos cuatro hijos, pero también creo que pensaba que vivir así era normal, hasta que ya no pudo más y nos fuimos a vivir con una tía.
Unos meses más tarde, la madre de Mónica cayó enferma. Sus familiares se encargaban de darles de comer y mandarlos a la escuela, pero los niños pasaban la mayor parte del día en la calle. Mónica aprovechaba para pasar el tiempo jugando al futbol. Tenía unos 10 años.
Cuando su madre se recuperó de su enfermedad, hizo un esfuerzo para llevar a sus hijos al mar. Mónica se fue con todo y su balón. En la playa, una jugadora de la selección de Chiapas, la vio y la invitó a jugar. Pero ella tenía que hacer un gran esfuerzo para acudir a los entrenamientos.
Me tuve que poner a vender chicharrones, pan, lo que se podía, para juntar para el pasaje, porque tenía que viajar hora y media para ir a entrenar, no podía ir diario o trabajaba para reunir lo del transporte o iba a los entrenamientos, pero cuando iba aprovechaba al máximo y logré ser seleccionada.
Mónica estaba feliz jugando en la selección de Chiapas, pero cuando cumplió 18 años, tuvo que salir, por la edad. Ahí perdió el rumbo. Acababa también de terminar la preparatoria. En su casa la situación económica era complicada. No tenía recursos para ir a la universidad. No sabía que había torneos de categorías libres de futbol para seguir jugando y todo colapsó.
Sin la opción de jugar futbol, caí en el alcoholismo, empecé a juntarme con gente que tomaba y ahí me inicié, después ya tomaba aunque estuviera sola.
Pero entonces la invitaron a participar en un torneo de Street Soccer, una asociación civil sin fines de lucro, que busca la reintegración social de personas que por distintas circunstancias, viven en situaciones de marginación, violencia o adicciones.
Con ellos pudo seguir jugando. “Volví a encontrarle sentido a la vida. Dejé el alcohol. Por jugar conseguí una beca para ir a la universidad, estudié la licenciatura en Desarrollo Humano. En 2018 fui seleccionada nacional”.
Ahora está trabajando en un negocio de acondicionamiento funcional para adultos y en una escuela de futbol para niños. Vive con su mamá, a quien apoya económicamente y cuida.
Tres años en la adicción y una gran luz
Jazmín Guadalupe Trenado tiene 29 años. Juega futbol desde que tenía nueve. Pero ha sido una lucha constante. Su familia no estaba de acuerdo en que jugara. Le decían que eso no era para las niñas. Sus hermanos mayores iban por ella a donde estuviera pateando la pelota y se la llevaban a jalones a la casa.
Pero ella se aferró. Como podía se escapaba para jugar futbol, aunque eso le significara regaños y golpes por parte de su madre y agresiones por parte de sus hermanos. Jazmín vive en Ecatepec, en el Estado de México, en un entorno violento, que orilla a las infancias y las juventudes a caer en adicciones. Cuenta que hasta ahora, uno de sus hermanos está en rehabilitación para alejarse de las drogas.
A ella el futbol la salvó por mucho tiempo. Patear una pelota era su escape. Aunque se enfrentara a más violencia por eso. “Jugando futbol me siento libre, contenta, tranquila, si no juego me pongo de malas, me viene la ansiedad”, dice.
Jazmín entró al Torneo Violeta y conoció a Más Sueños, una asociación civil que acompaña a mujeres, jóvenes y niñas y a población mayor y LGBTIQ+ en procesos que promueven una vida libre de violencias, mediante diversas estrategias educativas, psicológicas, legales, deportivas y culturales.
También jugando se dio cuenta que podía hacer una diferencia en su comunidad y rehabilitó un espacio para entrenar ahí a infancias y juventudes.
El entrenamiento lo doy como me hubiera gustado que me entrenaran a mí, en un espacio de inclusión, donde se promueven valores como el trabajo en equipo, el respeto, la igualdad, el juego limpio.
Pero con la pandemia de covid-19 muchas cosas se vinieron abajo para Jazmín. Su padre murió, tuvo que dejar de jugar y los entrenamientos en el espacio que había rehabilitado por el cierre de actividades, se deprimió, perdió a muchos amigos y cayó en el alcoholismo.
Estuvo tres años así, sumida en el alcohol. Un día tocó fondo. Estaba tan alcoholizada y se sentía tan mal, que le pidió a su mamá que le hablara a Perla Acosta, directora de la organización Más Sueños, que apoya Fondo Semillas.
Perla acudió al llamado de auxilio y le brindaron apoyo a Jazmín para salir de su adicción. “Acudí a rehabilitación y a juntas en doble AA, fue muy difícil, pero volver a jugar futbol me salvó, también mis niños que entreno me salvaron, me iban a buscar a la casa y me decían, no vamos a entrenar”.
Ahorita tengo 50 adolescentes, de entre 12 y 16 años, 15 son mujeres, todos viven en entornos complicados acá en Ecatepec, y el fútbol es una forma, en esa etapa fundamental que es la adolescencia, de alejarlos de las adicciones y la violencia.
Superar el abuso sexual
Cuando tenía 10 años, Dinorah Nuño, hoy de 27, sufrió un abuso sexual. A los 7 años ya amaba el futbol, pero ese abuso le hizo tenerle miedo a los hombres y entonces dejó de jugar, por aquel tiempo no había todavía equipos de mujeres. En la adolescencia empezó con el alcohol y las drogas.
Cuando empezaron a abrirse las convocatorias para el futbol femenil, yo ya estaba más enganchada con las fiestas y las adicciones que con la pelota, pero entonces me invitaron a un torneo de Street Soccer, y ahí reconecté con el amor por el deporte.
A Dinorah, que vivía en Guadalajara, Jalisco, la invitaron a ser parte de la selección mexicana y le pidieron escribir su historia. Fue ahí cuando por primera vez pudo hablar del abuso sexual que había sufrido en su infancia. Algo de lo que nunca había hablado con nadie.
El futbol, dice, rehízo su vida, verbalizó lo que había vivido, dejó las drogas y el alcohol, y se enfocó de lleno en el deporte. En 2016 se fue a Escocia con la selección mexicana y después consiguió trabajo en programas de deporte para población vulnerable en Ciudad de México, donde reside actualmente.
Ella también empezó a jugar en el Torneo Violeta, de Más Sueños, y eso reafirmó su compromiso contra la violencia y las adicciones. Actualmente trabaja en un centro comunitario en Iztapalapa, como coordinadora del área deportiva.
“Donde estoy trabajando es una zona complicada, pero ahí el impacto que se puede hacer es mayor, justo por eso, y bueno, yo creo que con cinco niños a los que les cambies la vida, ya son cinco niños que cada uno va a cambiar la vida de otros cinco y así se va haciendo una diferencia más grande”.
Historias recomendadas: