5 de Cada 10 Cadetes Desertan del Colegio Militar por Abusos y Novatadas
Los cadetes son víctimas de violencia física, psicológica, sexual y económica, por parte de cadetes de mayores grados y personal del Colegio Militar, que se convierten en métodos de tortura
Andrés M. Estrada
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El cadete de primer año se resigna a tragar la bola de migajón de bolillo en vuelta en baba, que acaba de ser masticada y pasada por la boca de 6 de sus compañeros del mismo grado. Con asco el joven de 18 años de edad contiene las ganas de vomitar, porque si lo hace será en la olla de los frijoles y su “Dios”, un cadete 4to año, le ordenará que junto con sus compañeros de primero -que están en la mesa- lo coman. Decide no arriesgarse a comprobarlo pues el tormento será peor.
“La bolita de la amistad”, es uno de los métodos de castigo por los que César ha pasado desde que ingresó al Heroico Colegio Militar (HCM). Los otros son pasar noches sin dormir; amenazas verbales; golpes con tablas en las nalgas hasta quedar moradas o con los puños en el estómago; posiciones de mortero mientras le cae agua helada o hirviendo; extorsiones económicas; tareas casi de esclavitud; ser envuelto bajo las cobijas al borde de la asfixia y deshidratación… La lista es interminable.
Cansado del abuso por parte de cadetes de segundo, tercero y cuarto año, un día de enero 2017 no puede más y pide su baja de este lugar, que el pasado 1 de septiembre cumplió 200 años. Pero no es el único al que le ha ocurrido, varias generaciones lo han padecido. Estas prácticas han influido en los índices de deserción del 40 y 50% desde el 2007 al 2021, de acuerdo datos de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) obtenidos por Transparencia.
Es decir, que la mitad que ingresa al HCM renuncian antes de concluir su carrera militar.
Los cadetes de primer año se les conoce como “Potros”, son víctimas constantes de una especie de subgobierno de los cadetes de cuarto año, basado en las novatas que han sido una tradición durante décadas en el HCM, explica Paloma Mendoza Cortés, investigadora en temas de seguridad nacional y fuerzas armadas.
“Es una especie de representación a escala del Ejército, donde los cadetes de cuarto año son como los generales, y los cadetes de años inferiores deben obedecer. Se trata de jóvenes que ingresan a los 18 años, algunos de ellos viviendo en situaciones de pobreza y marginalidad o incluso violencia intrafamiliar”, expone la especialista y miembro del Centro de Estudios de Seguridad, Inteligencia y Gobernanza (CESIG) del ITAM
A estas novatadas se les conoce como la ‘pócima’. “Son ritos de iniciación o bienvenida que consisten en 3 formas de violencia (física, sicologica y sexual), que termina convirtiéndose en métodos de tortura”, apunta Víctor Hernández Ojeda, profesor e investigador en seguridad nacional de la Universidad Panamericana y coordinador del Diplomado en Seguridad Nacional en la Ibero de Puebla.
Estos actos supuestamente son con el afán de enriquecerles y preparar a los cadetes para un enfrentamiento, dice Hernández quien fue testigo y víctima, tras haber ingresado como cadete al HCM en 2014.
César Gutiérrez Priego, abogado en derecho penal militar, detalla que estas novatadas a los “Potros” son con el fin de una disciplina militar, que consisten en el aseo personal y de la escuadra; estar bien boleado, planchado. Y los cadetes antiguos les enseñan cuál es la forma de trabajar.
“Hay cierto tipo de novatadas que a lo mejor pueden considerarse, en estos tiempos modernos, violatorias de derechos humanos o que a lo mejor pudieran ser con un rigor físico importante. La realidad es que todas van encaminadas hacia algo en específico. Porque cuando uno llega del mundo civil, llega sin entender cuál es la disciplina militar. Son las reglas que te van explicando y para eso están los cadetes antiguos. Incluso tienen sus nombres: el Potro es el de primer año, de segundo se le llama Potro de segundo, el de tercer año le llaman Semidiós y al de cuarto se le llama Dios”, describe el abogado que ingresó al HCM en 1992.
Los datos de la Sedena muestran que la deserción ha ido en aumento, por ejemplo, de los 330 cadetes que ingresaron en 2007, sólo se graduaron 226, una deserción apenas del 31%. Sin embargo, para el 2014 fue del 48%, pues de sólo egresaron 144 de 277; en tanto para el 2019, la deserción continuó al 50%, pues de 576 sólo egresaron 292. Los siguientes dos años se mantuvieron en alrededor del 40%.
Aparte de las novatadas y los tipos de violencia, otras de las causas de las deserciones son la dificultad de los cadetes para adaptarse, la disciplina del lugar, el distanciamiento familiar, la falta de vocación y el encierro, pues salen cada sábado al medio día y deben volver el domingo –aunque si son arrestados les impiden la salida.
La pócima o novatadas
En sus primeras noches, César no durmió porque al apagar las luces entraban a cubrirles el cuerpo con las cobijas hasta casi sofocarlos y deshidratarse o les jalaban la cabeza cada que se quedaban dormidos.
“Apagaron las luces a las 9, y a las 12 nos estaba levantando mi segundo año. Pasó a nuestras camas y nos dijo: ‘A ver Potros vengan para acá’. Nos hace seguirlo a un rincón escondido, que estaba a una orilla de la compañía. Era normalmente el lugar que utilizan para torturar y golpear a los cadetes. Nos forma y nos dice: ‘para que se vayan acostumbrando’. Nos ponen en fila y nos dan tres puñetazos en el estómago, con fuerza”, platica el excadete quien pide omitir sus apellidos.
A las 5 de la mañana que se enciende la luz, los de nuevo ingreso deben de tener su uniforme planchado, las botas boleadas, los botones con brillo, lo mismo que de sus compañeros de segundo, tercero y cuarto año; el piso pulido y haber ido al baño a escondidas, porque tienen prohibido levantarse.
“Todo eso lo tienes que hacer en la noche. Pero si te ven levantado los vigilantes (que se turnan en cadetes de los mismos pelotones de mayores grados), te van a golpear con un tubo o una tabla en las nalgas, que te las van a dejar moradas toda la semana. Se acostumbra ver quién está en la noche, si es uno de tercero año, que más o menos se acopla, puedes ir y le das dinero, galletas o algo y le dices: ‘mi comandante deme chance’. Y ya no hay bronca, te metes abajo de las cobijas a hacer lo que puedas” relata Cesar.
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En una ocasión que se quedaron dormidos y no realizaron las labores, en las regaderas los obligaron a colocarse en posición de mortero, mientras caía agua hirviendo o helada, según decidiera su “Dios”, y sus respectivos tres golpes entre varios cadetes de mayor grado.
“Hay una obsesión en el Ejército mexicano de violencia física, por lastimar los glúteos, las piernas, la cabeza de los cadetes, como las que ocurren con los tablazos desde hace décadas. Lo que no se dice es que se acaba convirtiendo en un método de tortura, que con frecuencia utilizan los oficiales al graduarse de un plantel educativo militar con un detenido”, señala Hernández Ojeda.
Pero la violencia al interior no sólo proviene de los mismos cadetes, también es infringida por los profesores de mayor antigüedad, como aventar el borrador de pizarrón a la cabeza, jalar las orejas, jalar el pelo, golpearles las manos, aventarlos contra la pared, sacarlos del salón y pararlos en el frío.
“Recuerdo particularmente a una profesora de complexión gruesa que me decía que yo era muy “blanda” con mis alumnos, junto a nosotros estaba un cadete de tercer año y ella comenzó a jalarle el pelo al grado de arrancarle unos cuantos y ella le preguntó al cadete: “¿Te dolió?” y el cadete respondió: “No me dolió nada profesora”, “¿Quieres más?”, “Si profesora”, narra Paloma Mendoza quien impartió clases en el HCM.
Cada jueves daban conferencias en el auditorio, y para no quedarse dormido César y sus compañeros debían infringirse dolor.
“Los cadetes de primero siempre traen mucho sueño y se están durmiendo. Pero si te ve un oficial te van a arrestar, te van a hacer algo. Entonces llevábamos una aguja y nos la encajamos o nos comíamos un chile jalapeño. Dormimos todas las noches tres horas y si te llegan a ver dormido te van a golpear”, narra César quien ahora tiene 27 años de edad.
Tortura económica y sexual
A este tipo de maltratos se sumaban las extorsiones económicas, a pesar de que la mayoría que ingresa al HCM provienen de zonas pobres o marginadas del país. César recuerda que todos los fines de semana los de primer año tenían que llevarse la ropa y uniformes de sus Dioses y Semidioses, para que el domingo regresara lavada y planchada. A parte su maleta debía llegar llena de galletas, jugos o lechitas, porque en las noches o en el auditorio cualquiera de sus torturadores les exigia algún producto, y si no, recibían golpes.
“Los jueves son de visita, puede ir tu familia una hora o dos y llevar comida. Pero yo que soy de Chihuahua y muchos que no son de ahí cerca teníamos la opción de ir al ‘casino’ a comprar algo, al entrar a tu compañía tienes que llevar algo de comida. Dicen que es un tributo para la mascota, que es un peluche de mono grandote. Era comida para los de tercero y cuarto año. Normalmente gastas más de 700 pesos por semana. Tenía que marcarle a mis papás el fin de semana y decirles ‘necesito dinero’”, recuerda el excadete.
Víctor Hernández asegura que a este método de extorsión se le conoce como la ‘sangrada’, que normalmente sale del pago de una beca semanal que obtienen los cadetes: “En mi época era un apoyo de 180 pesos semanales. Hoy debe andar como los 500. O en la noche se van a meter a tu locker, te roban tus uniformes y te los revenden. Hay micro redes criminales a muchos niveles”.
Pero los abusos no sólo se quedan en el HCM. El subteniente de infantería Humberto Maya Aguilar, padeció abuso de poder al ser hostigado por un mando de la Sedena de la 22 Zona Militar de Tecomán, Colima. Un mes después, el 28 de septiembre de 2020, murió en un supuesto accidente de motocicleta, en la entidad, mientras se encontraba franco.
La violencia al interior no sólo es para los hombres, las mujeres cadetes también lo padecen, pero de modo sexual.
“Quienes sufren más esta violencia son las mujeres. Apesar de que sólo representan uno de cada 10 elementos en las FFAA, son quienes abrumadoramente sufren la mayoría de las agresiones sexuales. Eso genera una serie de condiciones donde son vistas como una especie de premio o de mercancía. Hay una competencia entre jerarquías por ver quien tiene una pareja sexual”, apunta Hernández.
Cesar describe que dentro del HCM hay oficiales que son los maestros, y es natural que se relacionen con alguna cadete de los primeros dos años: “Ellos mismos le brindan cierta protección o le dan dinero; es lo más normal del mundo de que todos los oficiales tienen relaciones sexuales con ellas”.
Nulas denuncias
El 12 de junio de 2013, la CNDH recibió una queja de la madre de un cadete en la que relató cómo su hijo padeció agresiones físicas y psicológicas. A él lo despertaban entre las dos y las tres de la madrugada para llevarlo al baño donde le pateaban la cabeza, daban puñetazos y tablazos, además de introducirle el dedo en el recto.
“Le imponían tareas abusivas como limpiarles las botas, planchar uniformes y hacerles de cenar, además de que era obligado a llevar una cuantiosa despensa de alimentos y artículos de limpieza”, se lee en el documento. En noviembre de 2012, se le impuso una guardia de nueve horas consecutivas en la sala de banderas sin que se le permitiera abrigarse, lo que le provocó neumonía e ingreso al Hospital Central Militar.
El cadete “hizo del conocimiento del Director de la Escuela y del jefe de la Academia, los abusos de que fue objeto por parte de los cadetes. Sin embargo, no recibió ayuda o apoyo, ni se tomaron medidas para protegerlo”, subraya la recomendación No. 2 /2016, dirigida al entonces secretario de la Defensa Salvador Cienfuegos, el 28 de enero de 2016.
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Denunciar los hechos es una tarea casi imposible y los cadetes prefieren desertar o solicitar su baja. Una de las razones es que sus verdugos les dicen que no digan nada. “Te hacen el lavado de cabeza de que no le cuentas a nadie”, asegura César.
Paloma Mendoza explica que el Ejército tiene su propia dirección de Derechos Humanos y el Observatorio de equidad de Género, que son canales institucionales para denunciar. Sin embargo, la mayoría opta por no regresar después de que salen francos (descanso) los sábados.
“Cada lunes se borra al menos un nombre de la lista. En este tema debemos considerar que el Ejército no es el único responsable, la CNDH muchas veces es juez y parte. A pesar de que ha impartido, durante años, cursos a toda la jerarquía militar, parecen no tener mayor efectividad”, puntualiza la especialista del ITAM.
“Como abogado, yo te puedo decir que muchas veces los cadetes no quieren denunciar, no porque no vayan a hacer algo, sino porque eso te va a dejar marcado para toda tu carrera militar”, señala Gutiérrez Priego.
Y es que quien denuncia, termina relegado y le harán la vida complicada hasta que renuncie.
Les dicen que no vayan a los canales de fuera, a la prensa o la CNDH, porque todo se resuelve internamente: “Me compré ese discurso y en su momento no denuncié los actos que fui víctima”, cuenta Víctor Hernández quien solicitó su baja en diciembre de 2014.
Afectaciones a largo plazo
Los problemas que ocasionan este tipo de violencia a los cadetes, son incapacidades físicas de inutilidad y consecuencias psicológicas como trastornos de la personalidad, estrés postraumático, depresión e incluso suicidio, apunta Mendoza Cortés.
“Imagínate lo que es encerrar a un joven de entre 18 y 22 años, privarlo del sueño, someterlo a estrés crónico y de pronto darle una pistola y decirle felicidades, ya eres un teniente del Ejército. Esas heridas psicológicas se reflejan en la conducta que tienen con la ciudadanía y en los altísimos índices de violaciones a derechos humanos que tienen las Fuerzas Armadas”, asegura Hernández Ojeda.
Eso es en cuanto a lo psicológico, sin embargo, dice, existen casos donde los cadetes quedaron desviados de columna por las golpizas: “La Sedena lo que dice: ‘esto no fue relacionado a un adiestramiento. Te voy a correr. Justo para evitar pagar la indemnización. Hay casos que los han matado”.
Eso le ocurrió al cadete de segundo año, José Eduardo Sánchez el 12 de julio de 2017. Le aplicaron la técnica de la coca artillera, que consiste en disolver una costra de pólvora que queda cuando se dispara un cañón en una cubeta con coca. Lo obligaron a ingerirla provocando su muerte. Eso pasó al medio año de que a César le dieron su baja.
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