Chalco a 4 Meses de las Inundaciones: el Problema Continúa
Andrés M. Estrada
Los habitantes de la colonia Culturas de México narran los estragos en su salud y de sus inmuebles, a 4 meses del taponamiento del colector Solidaridad que los atrapó en los canales de aguas negras
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Las líneas de humedad impregnadas en las paredes del interior de las casas, y a lo largo de las calles, en su mayoría sin pavimentar con montículos de tierra y piedras esparcidas, son los rastros visibles de la tempestad. La peste de las aguas negras aún se percibe, como un golpe que deja fuera de combate el olfato, a cada paso recorrido por la zona cero de la colonia Culturas de México, en Chalco, Estado de México, azotada hace cuatro meses por las inundaciones.
En este territorio, ubicado en la zona del Valle de México, los estragos se notan en cientos de hogares que quedaron bajo el agua tras el colapso del sistema de drenaje.
La causa: intensas lluvias y un inmenso tapón de basura. Pero el problema no acabó cuando se desazolvaron las tuberías y se drenó el agua: los olores fétidos, las paredes dañadas y el miedo de los pobladores permanecen.
“Ayer que estaba el aire muy fuerte el polvo se levantaba, y sabemos que como aquí estuvo toda la inundación de aguas negras todo ese polvo nos enferma”, lamenta María Guadalupe Solis. Su referencia es a la tierra de un tono grisáceo oscuro de su calle sin pavimentar. Asomada por la ventana de su casa, narra que desde ahí recibía víveres de las brigadas de protección civil, bomberos, Ejército y más personal que se trasladó en lanchas, ya que el agua subió más de un metro de altura. “Nos sentíamos como cautivos”, platica.
Pero la catástrofe no comenzó aquel día de agosto, enfatiza María Guadalupe.
Esto venía suscitándose ya de muchos años. Se había pedido que nos ayudaran las autoridades, pero pasaron los años y constantemente eran las inundaciones”, rememora. “Cuando llovía a diario se salía el agua (del drenaje). Aquí vivíamos con la situación del mal olor”, describe la mujer sobre las condiciones que padecían desde hace 5 años.
Incluso animales muertos aparecían en el agua estancada. “La salud peligraba, pero no se hizo nada, hasta que ese mes de agosto se salió de control. Y ahora no nada más afectó unas cuatro calles, sino a toda la colonia”, cuenta con fastidio.
Las secuelas en la salud de su familia, así como en sus vecinos, ahora son visibles. También los daños a sus hogares.
“La casa está muy fría. A mi hija hace un mes le dio bronquitis debido a las paredes que están demasiado húmedas”, detalla. Esa misma condición le afectó las rodillas a su esposo de 71 años de edad, ahora sufre de dolor de huesos.
Antes se desplazaba sin complicaciones, cuando preparaba y vendía nieves artesanales en la explanada del palacio municipal de Chalco, pero se quedó sin su forma de sustento por no acudir a poner su puesto y no pagar el espacio. Sus nietos de 15, 19 y 21 años de edad se han enfermado constantemente del estómago, algo que achaca a las partículas de suciedad de las aguas negras impregnadas en la tierra de la calle. “Mi hija llevó a sus hijitos al médico, pero no mejoraban y los volvió a llevar… le dijeron que eran unas bacterias debido a la inundación.”, platica.
Guadalupe dice que hay una aparente calma en la colonia, pero no es así. El temor los invade ante la mínima sospecha de lluvia. “Estamos con miedo. Ayer que una vecinita leía que en las noticias decían que iba llover, respondimos todos: ‘¡No, no puede ser!’; ‘Ya no queremos que llueva’, porque si nos da intranquilidad”, relata acerca de las reacciones que los vecinos escribían en un grupo de WhatsApp que tienen para mantenerse comunicados.
Una de las afectadas emocionalmente es su hija. Sufre de miedo y le dan ataques de pánico al pensar que pueden volver a inundarse. “Hemos tenido que acudir al hospital psiquiátrico. Ella está siendo medicada con medicamento controlado, porque entró en una depresión muy fuerte”, añade.
“Esa tubería chiquita no nos va a servir de nada”
A unos 50 metros del hogar de Guadalupe, María Soriano Bautista platica con una vecina, sobre la esquina de las calles Tlaxcaltecas y Chalchihueiticue. Aquí se realiza una obra de sustitución de tubería del drenaje para evitar las inundaciones, pero para ella eso no servirá. “Si nos van a meter drenaje aquí, que nos metan tubería grande, porque esta tubería chiquita no nos va a servir de nada”, alega la mujer de 82 años.
Enseguida da unos pasos hacía su casa para mostrar los estragos de las inundaciones. Así como en otros hogares, las aguas negras formaron una enorme piscina y aún quedan las marcas. Aunque eso es lo de menos, el plafón de las habitaciones ha comenzado a caerse por la humedad. Hay algo más. La tierra parece haberse reblandecido, porque con el paso los vehículos sienten microsismos.
“Ahora pasan los carros y parece que está temblando”, interviene su hija Rocío Cortés, al evidenciar que han solicitado a las autoridades una evaluación del inmueble, para saber si pueden continuar habitándolo. “La verdad todo se está descarapelando, ahí adentro tantito tocamos la pared y ya se nos cae todo”, explica.
Rocio concuerda con su madre que el diámetro del tubo que están metiendo para el desagüe del agua es muy chico. “Para toda la colonia no es suficiente”, asegura. En el predio habitaban 3 familias, pero ahora ya sólo queda ella con sus hijos y su mamá. Como con otros vecinos las diarreas han sido constantes. También han padecido de salpullido.
Es mediodía y en la calle el sol pega con intensidad. Dentro de su casa no es igual. Se percibe un frío que cala en el cuerpo. Por eso todos los días esperan cerca de esa hora para que los rayos calienten el área donde se encuentra el lavadero, para lavar ropa y los trastes y que el agua se sienta menos fría. Tratan de ocupar poca, porque a veces se regresa por el drenaje del patio. Mientras conversa el tufo que proviene de la calle noquea el olfato una vez más.
Rocío dice que su casa huele horrible. “A podrido todo eso. Ahorita que hicieron el cárcamo apesta. Vas a dos, tres cuadras y apesta. En la esquina huele muy, muy mal”, reitera.
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“Mandaron a los Servidores de la Nación a hacer el censo, pero en esta calle pasaron más que con dos personas”
Dentro de la casa de Lizeth Martínez López hay algo peculiar: no se percibe la peste como en muchos inmuebles de aquí. En la esquina de su patio tiene una caja de cartón con una bolsa de cal, que ocupa para rociarla sobre la superficie de su calle de terracería, para evitar afecciones a su salud y la de sus familiares.
Se van a empezar a venir todas las enfermedades habidas y por haber… cuando hace mucha tierra salgo a regar agua con cal. Si te fijas aquí no huele mal”, explica al momento de señalar el interior de su hogar.
Adentro, para que no quedaran rastros de olores desagradables sacó todo el lodo. Luego mezcló detergente líquido con vinagre blanco y cloro. Después talló el piso y las paredes con la escoba durante 4 días usando una mascarilla. “Así me estaba yo casi como muriendo”, se ríe mientras lo platica.
El desprendimiento de la pintura azul celeste deja ver los rastros del repellado de la pared, de lo que antes era la sala de su hija, marido y sus dos bebés. Ahora se han ido a vivir a otra colonia y luce vacía al igual que toda la planta baja. Lizeth y otros tres integrantes de su familia ya no la ocupan. Se han resignado a que la lluvia pueda volver a acecharlos. “Ya te da miedo, porque imagínate, voy a amanecer en el agua otra vez”, dice.
En la colonia, a algunos vecinos las autoridades del Estado de México les entregaron enseres domésticos: camas, estufas, refrigeradores pequeños, entre otros.
Ella reclama que el gobierno se comprometió, además, a darles apoyos para las reparaciones de sus casas. Pero a la fecha nada de eso ha ocurrido.
“Cuando vino ese censo queríamos aprovecharlo, pero ese día la supuesta delegada de aquí del municipio no pasó a todas las casas, fueron contadas. No se vale que haiga sido así”, reclama la mujer de 41 años de edad. “Mandaron a los Servidores de la Nación a hacer el censo, pero aquí en esta calle no pasaron más que con dos personas”, lamenta Liz como la conocen sus vecinos en la calle Tlaxcaltecas.
Ese día que acudieron, su mamá se los encontró y les pidió que la anotaran en el censo pero dice que se negaron. “Me gustaría que le llegara la información a Claudia Sheinbaum… nosotros somos la zona cero, tendríamos que tener la prioridad casa por casa, porque todos fuimos afectados en nuestras viviendas”, reclama. En su calle, a diferencia de otras, casi no hay los logotipos pegados en las puertas de las casas de que fueron censadas.
Así como Guadalupe Solis, coincide en que el desastre se venía venir: “Desde hace un año le dije al municipio: ‘tenemos que hacer muchas cosas para que para el próximo año no nos inundemos’”. Pero las obras de prevención no se realizaron.
Durante las inundaciones se quedó sola resguardando su hogar para que los ladrones no lo saquearan. A su madre, una adulta mayor, la envió con su hermana, y su hermano y sus hijos también se salieron de la casa. “Hasta el perro se fue de vacaciones”, bromea mientras ladra desde la azotea.
Huir de Chalco, por si se vuelve a inundar
Cesar, junto con sus hijos pequeños y otras personas, se apresura a subir sus muebles a la camioneta de la mudanza. Como un juego de tetris, coloca los colchones, las bases… mientras el ropero y otros artículos permanecen a pie de calle. Su suegra, Margarita Real Hurtado, que vive en otra colonia, este día acudió a apoyarlos.
Ella detiene por un momento la ayuda. Relata que su hija Karla y su familia la pasaron muy mal en la inundación.“Ellos vivían aquí abajo. Cuando empezaron a ver que se estaba inundando, como los cuartos de arriba estaban solos, se subieron como pudieron”, platica.
A su hija la pudo ver después de un mes. Pero fue desde la esquina de la cuadra, cuando su yerno la sacó a la calle cargándola en sus hombros.
Ellos rentaban en la calle de Purépechas. Ahora se encaminan a su nuevo hogar en la colonia San Juan de Dios, ubicada unos siete kilómetros, también en Chalco. “Ahorita se van. Porque si las lluvias vuelven otra vez…”, advierte Margarita antes de despedirse.
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