Convertir la Violencia de Género en un Arte Memorial, para que Ninguna Víctima Sea Olvidada
La artista María Antonieta de la Rosa impregna en cada obra de arte su pesar contra los feminicidios y la violencia hacia las mujeres en México
Andrés M. Estrada
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Las miradas la envolvían apenas se estacionaba el Grand Marquis negro frente a su secundaria. Transportarse en ese vehículo le resultaba natural desde 7 años atrás, cuando su padre emprendió el negocio de la funeraria en Cuernavaca, Morelos. Pero en los pensamientos de sus compañeros los acompañaba la curiosidad, incluso el temor, de mirar cuando arribaba en medio de la oscuridad en una carroza fúnebre a la hora de la entrada.
Su niñez siempre estuvo rodeada de un sabor agridulce a muerte. Visitar a los abuelos, a las tías o pasar cada Navidad en la capital del país, radicaba en recorrer la enorme funeraria de Don Alfonso, su abuelo, sobre Avenida Tlalpan. Acompañada de sus primos imaginaban que las capillas eran departamentos; jugaban a las escondidas ocultándose en las carrozas, detrás de los ataúdes o que los muertos los perseguían. Del sótano al área de embalsamado de cuerpos exploraban cada recoveco en inocentes juegos de niños.
Su padre durante años evadió continuar con el negocio familiar. Un tiempo fue taxista, trailero, cada empleo se relacionaba con los autos hasta que decidió sentar cabeza. Estableció su funeraria en los primeros años de los 90 frente a la parroquia del Calvario, en Lomas de San Antón, Cuernavaca. En ese entonces ella tenía 6 años de edad. Por eso asistir a la primaría y luego a la secundaria en una carroza era lo más natural.
Años después los féretros, carrozas y su cercanía con la muerte se han convertido en un terreno fértil de manifestación a través del arte. Con bordados, grabados y estampados que son parte de sus obras en las que María Antonieta de la Rosa, impregna el dolor y repudio en contra de los feminicidios y la violencia hacia las mujeres.
Antonieta, también conocida en el gremio del arte como María Mandarinas, por el color naranja de su cabello, es una de las fundadoras de Las Nombramos Bordando, un colectivo feminista que con agujas e hilos multicolres trazan el nombre de cada una de las víctimas de feminicidio en Morelos.
La idea es crear un memorial para que ninguna víctima sea olvidada.
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Un ataúd y el bordado para expresar el descontento
Es 15 de febrero de 2020. Han transcurrido 6 días del brutal feminicidio de Ingrid Escamilla en la Ciudad de México, y las imágenes de su cuerpo son viralizadas. Indignación, rabia y descontento por el crimen provocan que alrededor del país se organicen innumerables movilizaciones.
Una es en Cuernavaca, Morelos. Ese día Antonieta con otro grupo de mujeres, que ha conocido en el activismo, quedan de reunirse afuera de la funeraria de su padre, a quien le ha pedido un ataúd con la idea de realizar un performance. Así salen cargándolo entre sus hombros hasta la Plaza de Armas, donde se encuentran con otras manifestantes con las que han acordado llevar flores blancas e inundan el interior de la caja para iniciar la marcha.
Tras la manifestación Antonieta genera una conexión con varías de ellas. Acuerdan crear algo más grande para conmemorar el 8M, que será en los próximos días.
Es la noche anterior al 8M. Reunidas en un espacio prestado por la poeta Xochiquetzal Salazar, bordan durante toda la madrugada los nombres de Dulce González, Gisela Mata, Guadalupe… todas ellas víctimas de feminicidio. Las horas se vuelven catárticas. Es como si estuvieran en un velorio. Por la mañana con todos los bordados comienzan a forrar el ataúd con el que saldrán a manifestarse.
Sin concebirlo ha surgido un colectivo: Las Nombramos Bordando.
Pero a las pocas semanas la pandemia por el Covid-19 genera un distanciamiento. Aun así, el proyecto continúa y María junto con sus compañeras reciben por paquetería, desde varias partes del país, más de 60 bordados de alrededor de 50 centímetros por 20 con los nombres de varias víctimas. Se dan cuenta que hay más mujeres que convergen en su movimiento.
El arte vinculado a la muerte
María Antonieta desde pequeña tuvo afinidad a las expresiones artísticas. Realizaba coreografías en la primaria para el Día del Maestro, de la Madre. Le gustaba escribir guiones, actuar y cantar. Fue así que decidió estudiar en el Centro Morelense de las Artes y una maestría en Producción Artística en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos.
En la actualidad ha creado su propio taller de grabado, encuadernación y bordado. En un inicio creyó que era un cliché volverse una artista que hablara de la muerte. Sin embargo, después de varios años, y tras la muerte de su padre por el covid, se dio cuenta que en realidad toda su vida estuvo vinculada a la misma.
“Tuve que pasar por un proceso de maduración para entender cuál era mi pulsión creativa”, dice mientras platica sobre su vida y sus obras. “Al final la pulsión que me mantiene en el arte para mí es la muerte. Es un enigma gigantesco”.
Para ella es como una forma de traducir ese misterio de la vida y la muerte. Es como sentir en el cuerpo un vacío. Su trabajo desde la gráfica y desde el bordado son parte de esa sensación. La pulsión que la mueve es ese vacío de no saber cómo responder de dónde viene la vida y a dónde va cuando morimos.
Una de sus mayores expresiones la ha encontrado en el bordado. “Descubrí que con el bordado también fue como una historia súper rica, que tiene que ver con el arte feminista y como protesta. A través de la historia de las mujeres y del arte feminista”, dice.
Una de sus piezas es un bordado donde trazó una especie de mapa, con una idea conectar como si fueran constelaciones los feminicidios que han ocurrido, y así suturar unas heridas que ha dejado todas estas cicatrices.
Otra de las más emblemáticas es 'La niña de las rosas', un ataúd que está formado sólo por la estructura de aluminio y bordado con decenas de flores.
Aquella expresión surgió luego de que el 27 de marzo de 2020, cuando se registró el primer caso de covid en México, pero al día siguiente en los cultivos de rosales en Temixco, Morelos, se encontró el cuerpo de una niña de 3 años. Su cuerpo presentaba indicios de violencia sexual y tortura.
Todo el arte que crea esta artista se da en un contexto en el que cada día crece la violencia de género.
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AE/JLR