Buscando la Verdad Histórica: Relatos de Violaciones a DDHH
Sobrevivientes de la zona centro del país narran los actos de tortura que vivieron por ser trans, maestros o activistas
Roberto Hernández | N+
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Cuando el grito inunda el auditorio, la piel se eriza: ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos! Los reclamos ante las heridas por las violaciones a los derechos humanos en México no han cicatrizado, sus sobrevivientes o los familiares de las víctimas relatan lo que les arrebataron, enfrentan al Estado, espetan demandas y exigen la reparación del daño.
David Fernández Dávalos, integrante del Mecanismo para la Verdad y el Esclarecimiento Histórico (MEH), resume el eco: “La impunidad del pasado es la violencia que vivimos hoy”.
Durante dos días, en el Centro Universitario Tlatelolco, lo mismo se escucharon testimonios de tortura que de vejaciones, intimidadciones, secuestros o desapariciones por parte de policías y reclamos ante una época en la que México era gobernado por Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo o Carlos Salinas de Gortari.
El ‘delito’ de ser trans
Denise, Gabriela, Emma y Verónica son sobrevivientes de la violencia que se vivió en Tlaxcoaque, en los sótanos de la extinta Dirección General de Policía y Tránsito del DDF (un centro de detención y tortura de 1960 a 1980) donde lanzaban agua helada y desnudaban a las mujeres trans.
Todas coinciden con que la Policía del periodo gobernado por José López Portillo las violentó, utilizó y llevó a la cárcel por el solo hecho de “vestirse de mujer”.
"Éramos objetos del placer"
Denise Valverde señala que hablar de la violencia ejercida hacia la población trans en los 70, 80 y 90 es hablar de historias que nunca se contaron.
Éramos objeto de maltrato en casa y en la calle por las madrinas y los mismos patrulleros que nos decían: ‘Súbete por cometer faltas a la moral’ y no entendíamos a qué se referían, solo hacíamos caso
Resume su juventud en una serie de vejaciones, hostigamientos y cosificación por parte de policías que la amenazaban con decirle a sus papás acerca de sus preferencias sexuales so pena de escarnio social.
Éramos objetos de placer, era todo lo que ellos quisieran porque podían hacerlo (...) No había derechos en aquel entonces, porque se crearon en septiembre de 1993
Denise tenía 16 años cuando comenzó a ser subida a las patrullas y la llevaban al llamado carreterazo, cuando la impunidad era cobijada por la oscuridad de la noche y las mujeres trans eran utilizadas sexualmente para luego ser abandonadas desnudas en poblados lejanos.
Nos robaban y golpeaban, y se alejaban riendo; y amenazaban que si decíamos algo nos mataban (...) pareciera un total holocausto ante las poblaciones LGBT y en especial a las poblaciones trans que no nos dejaban siquiera hablar
Recuerda que varias veces fue obligada a tener relaciones sexuales con personas que los policías detenían, “y ellos lo veían, incluso teníamos que hacerles favores sexuales a ellos, me tocó, incluso, hasta con cuatro a la vez”.
Una adolescencia en las cárceles
Gabriela Elliot narra cómo a los 11 años tuvo que salir de su casa y buscar la vida en la calle.
Toda mi adolescencia casi me la pasé en las cárceles, no me siento orgullosa, pero no había otra cosa que hacer. Fueron muchos años ejerciendo la prostitución, no me da vergüenza porque gracias a eso hice mi reasignación (de sexo)
Ahora tiene 66 años y resume que todas sufrían en Tlaxcoaque. “Cómo es posible que a los 16 años de edad ya conocía Lecumberri”, se cuestiona.
Su vida dio un giro cuando, tras acompañar a unos clientes a un departamento, en la época en la que ejercía la prostitución, uno de ellos amaneció muerto. Prácticamente, en automático, la acusaron de homicidio y fue llevada al Reclusorio Norte. “Ahí terminé la secundaria”.
Salió un 11 de diciembre hace más de 20 años. Su desempeño dentro de la cárcel le ayudó a no permanecer ahí los 25 que le dictaron de sentencia, pero se forjó el carácter para dejar de pararse en las esquinas a buscar clientes.
Tuve una base en el Hospital General, que fue lo que me dio mi pensión; me siento orgullosa porque luché mucho para todo lo que tengo, nada me han puesto. Soy una mujer plena y satisfecha. Lo que veo en el espejo es lo que están viendo
Violencia más allá de la cárcel
Por su parte, Emma Yessica Duvali señala que no solo fueron violentadas en las cárceles o en las corporaciones policiacas.
A mí me corrieron a los 13 años de la secundaria porque llevaba la ceja depilada
Critica que el mismo Estado les coartó la posibilidad de un sistema de salud digno, de una escolaridad y con ello les mató toda opción de desarrollo.
Nosotras fuimos extranjeras en nuestro propio país, no había un documento que avalara esta fisionomía, nuestras presencia, un documento con el que yo pudiera tener un trabajo
Cuenta cómo cuando tenía 17 años de edad, unos policías la subieron a la patrulla en la esquina de su casa.
Me llevaron a los separos porque ‘era una delincuente’, pero yo no conocía la droga ni el trabajo sexual, era hija de familia. El delito por el que tuve que vivir violacion tumultuaria y agresiones fue estar vestida de mujer
Critica que la sociedad sigue clasificando a la población trans como una de tercera porque la sigue considerando como si formaran parte de la delincuencia.
Y fustiga: “Yo no quiero que un político o un funcionario de alto nivel venga y me diga 'discúlpame por todo lo que te hicieron, coartaron y limitaron, y te dijeron que eras criminal sin serlo', entonces, deberían estar López Portillo o el oficial que me detuvo”.
Ella espera que haya una real reparación del daño, que ninguna persona tenga que vivir las vejaciones que hubo en Tlaxcoaque.
"Va el vapor"
Verónica López Sánchez es de Chiapas y tiene 58 años. Proviene de una familia muy religiosa y conservadora, y a los 12 tuvo que migrar a la Ciudad de México porque sus preferencias sexuales eran motivo de discriminación en su entorno.
Llegué con una tía, donde empezó la violencia y violaciones, las primeras empezaron con mis primos, en la casa de mi tía
A los 13 años se salió para vivir en la calle, y dos años más tarde comenzó a ejercer la prostitución.
La primera vez que pisé las calles de la Ciudad de México fue (el cruce de) Campeche e Insurgentes: me llevaron a prostituirme, yo no sabía, era un mundo desconocido, pero tenía hambre y tenía que comer
En ese lugar conoció la cacería de La Julia, la camioneta en la que policías se trasladaban para hacer redadas y subir a las detenidas.
Verónica fue llevada varias veces a los sótanos de Tlaxcoaque, donde vio cómo varias personas perdieron la vida por actos de tortura.
Nos quitaban la ropa y nos dejaban el vestido, pero sin calzones. Llegábamos a la celda número 5, en el pasillo 3, al otro día nos levantaban a las 5:00 de la mañana y gritaban ‘vapor’. 'El vapor' era agua con hielos tan fría que se podía ver salir humo
Y remata: “Ahí vi a muchas compañeras que murieron de neumonía, que las sacaron enfermas y jamás las volví a ver”.
Maestros señalados como delincuentes
El 28 de septiembre de 1973, la operación Arsenal, realizada por elementos de la 24 zona militar, ocupó la colonia Rubén Jaramillo, en Morelos. A la colonia se le identificó como un foco de peligro para el sistema autoritario y la presencia militar se extendió por siete años.
De ese evento, Etelberto Benítez Arzate cuestiona por qué fue detenido si lo único que hacía era educar a los niños.
Llegamos el 31 de marzo (a la colonia) y el 22 de septiembre se nos acabó el sueño de poder construir una sociedad mejor en ese lugar
Recuerda que no había una orden de detención, que los militares cuando llegaron no mostraron nada, simplemente dispararon y detuvieron personas “y maestros contra soldados no hay una comparación”.
Cuando lo detuvieron pensó que al identificarse como maestro lo soltarían.
Querían que dijéramos que éramos guerrilleros de Lucio Cabañas, nos amenazaban con violentar a nuestras familias y violar a nuestras madres
El daño que más le duele es el psicológico, pues asegura que el físico pasa, pero la memoria queda.
Las razones de haber llevado a ese campo militar a un grupo de maestros, con lujo de violencia, con armamento como para la guerra, no tenía ninguna razón, nuestros derechos estaban siendo violados porque no presentaron orden de aprehensión ni orden de captura, y nuestros familiares no sabían dónde estábamos, prácticamente estábamos como desaparecidos
Infiere que su interés por cambiar la forma de trabajar en la educación fue lo que no le pareció al gobierno.
Tratábamos de que aprendieran de manera consciente (...) Todo eso hizo que la gente fuera creando conciencia de ser independiente del gobierno, y quizá eso no le gustó al gobierno, que creamos una conciencia de clase
La lucha por las tierras
Juan Valderrama Yañez y Guadalupe Pérez Rodríguez coinciden en que la lucha por las tierras ha sido una constante en las poblaciones indígenas, cuyas historias también deberían ser contadas en las lenguas originarias.
Juan Valderrama sobrevivió a la matanza del 2 de junio de 1982, en Rancho Nuevo, Pantepec, Puebla, donde, según contabilizó, asesinaron a 37 campesinos cuando pistoleros rodearon el lugar donde se encontraban 240 personas armadas solo con sus instrumentos de trabajo.
Los compañeros se metieron en un río, por ahí escaparon y otro señor se metió en el lodo, donde se bañan los puercos, y así pudo sobrevivir
El delito que cometieron, señala, fue estar cortando zacate, invadiendo el terreno.
Guadalupe Pérez es hijo de Tomás Pérez Francisco, detenido y desaparecido el martes 1 de mayo de 1990.
Critica que a los desaparecidos se les trata de llevar siempre a una persona muerta, pero sin evidencia de que eso ha sucedido.
Estas historias son parte de este país también, y lo que hemos vivido en los pueblos indígenas también lo queremos contar en nuestra lengua, estos diálogos que nos permitan reconocer la existencia de estas luchas por la tierra, pero también la continuidad de la lucha por el territorio
Señala que cuando se habla de progreso siempre la gente pobre, particularmente la indígena, es la que tiene que sacrificarse y ceder ante los proyectos del gobierno o la iniciativa privada.
El control territorial no solo lo hacen las policías, los ganaderos, las guardias blancas o el Ejército, ahora lo hacen otros actores que les han permitido que existan
Denuncia que, incluso, una comunidad llamada La Sabana dejó de existir porque una familia de empresarios se adueñó de las tierras al desplazar a los habitantes quemando sus viviendas.
Ahí hay una construcción de concreto, que era una escuela, al menos queda ese rastro de que ahí hubo una comunidad
El papel de las mujeres
Guadalupe Pérez pone sobre la mesa un tema que hace eco: las mamás, abuelas, esposas y hermanas de las personas desaparecidas o asesinadas fueron relevantes.
Pareciera que solo es una historia de hombres, pero es importante recuperar los pasos de nuestras madres y nuestras abuelas
José García, hermano de José Ramón García Gómez, militante del Partido Revolucionario de las y los Trabajadores y desparecido el 16 de diciembre de 1988, considerada la primera desaparición forzada del sexenio de Carlos Salinas de Gortari, señala cómo los días de su madre se enlutaron.
Vi a una madre que le rompió el corazón la desaparición, vi que todos los días tenía la esperanza de volver a verlo aun en el lecho de su muerte. Puedo expresar el dolor, la angustia y terror que le generaban las visitas de policías judiciales de Morelos que le llevaban fotos de personas brutalmente asesinadas no con el fin de que identificara a su hijo sino con la intención de quebrar su ímpetu
Por otra parte, la vida de su cuñada giró completamente.
Vi a una mujer que de la noche a la mañana se convirtió en padre y madre de sus dos hijos, porque alguien en una oficina gubernamental decidió darle un escarmiento a (quien fuera) su compañero (de vida)
Ver pasar el último día de la vida
Américo Saldívar Valdés es sobreviviente de la masacre de 1968, en Tlatelolco, cuando Gustavo Díaz Ordaz era presidente de México.
La prensa nacional dijo que hubo 20 muertos y un centenar de heridos, son las únicas cifras que hay. Yo no tengo evidencia, pero de que fueron centenares entre muertos y heridos, sí los hubo
Narra cómo se encontró en un fuego cruzado junto a un militar que disparaba de manera aleatoria y no había dónde cubrirse, pues cuando una gota de sangre lo salpicó entendió que no eran balas de salva sino reales.
En el ínter me despedí de mi madre, de mi hija, de mi esposa y al mismo tiempo pensaba: estos clasemedieros están tomando tranquilamente un café en el Sanborns mientras a nosotros nos están masacrando
Por su parte, Dalid Mondaca Marinero, sobreviviente de la masacre del 10 de junio de 1972, el llamado Halconazo, recuerda cuando era estudiante y conoció a Josué Moreno Rendón, su pareja, y se describe como “unos jovencitos ávidos de leer hasta lo que nos costaba trabajo entender”.
Con la llamada matanza del Jueves de Corpus reflexiona que el daño más grande fue el psicológico.
Justo lo que nos quitaron fueron las posibilidades de vida, de crecer, de lograr nuestras metas
"El Estado nos debe mucho"
Nicté de Paz López, nieta de Ricardo López Vázquez, sobreviviente de persecución y tortura durante la década de 1970, da voz a su abuelo mediante la lectura de un escrito:
“Creamos el colectivo Rumbo Proletario en 1975, donde seguí haciendo labor de cuadros y repartiendo propaganda, hasta diciembre de 1976, cuando en diciembre me buscaron un par de hombres quienes me vendaron los ojos y me metieron a una camioneta.
“Comenzaron a caminar encima de mí y golpearme con rumbo al campo militar número 1. Ahí estaban dos de mis hermanos, metieron mi cabeza en un balde de agua sucia, desnudo, y cuando estaba a punto de ahogarme me sacaban para aplicarme electricidad hasta que me desmayaba. Todo el proceso era supervisado por un médico”.
Ricardo López señala como responsable a Miguel Nazar Haro, entonces director federal de Seguridad, de los actos de tortura que vivió.
La ira del Estado no se detuvo en 1976. En 1990 mi yerno fue secuestrado, días después encontraron su cuerpo amarrado con alambre de púas, con disparos, sin ojos
En voz de su nieta reafirma que no hay detenidos y la familia tuvo que esconderse
Mi familia vivió con miedo, con coraje y hasta con vergüenza. A nosotros, pero no solo a nosotros, el Estado nos debe mucho
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