Vivir en Comunidad: Migrantes y Vecinos Crean Albergue Bajo Puente de CDMX
En este lugar, bajo un distribuidor vial, unas 150 personas se afanan por mantener la limpieza, el orden y la seguridad para que Migración no se los lleve, todo con el apoyo de los lugareños
Andrea Vega | N+
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El alboroto y el miedo cunden de pronto en este albergue callejero de migrantes. Las autoridades han llegado para desalojarlos. Un grupo de vecinos del lugar interviene para defenderlos. Solo un par de vecinas alegan que sí se los lleven. Piensan que los trasladaran a un albergue formal. Cuando los otros vecinos y los migrantes les explican que en realidad los llevaran a estados del Sur, desde donde vienen y donde han pasado un sinfín de peligros y malos momentos, entonces las mujeres acceden a que se queden.
Así lo recuerda Doris, una migrante venezolana que lleva un mes en este albergue callejero. “Dos vecinos, que siempre son muy amables con nosotros, y otros compañeros se pusieron a hablar con las señoras y les explicaron que cuando las autoridades nos desalojan no nos llevan a un refugio, nos regresan para atrás, para el sur, donde ya hemos dejado montón de dinero y pasado muchos peligros. Les dijeron que pensaran que llevamos niños y ellas también tienen hijos, que no sabían las vueltas que da la vida, y entonces ya se quedaron quietas”.
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En una parrilla y con un sartén viejo, Doris prepara unas hamburguesas. Mientras pone una en un plato y se la entrega a uno de sus vecinos de viaje a cambio de un par de monedas, narra que ante la defensa de los habitantes de la colonia Moctezuma, Migración solo hizo una inspección. Corroboraron que había organización, seguridad, limpieza y orden en este albergue improvisado, en el parque ubicado bajo el Distribuidor Vial Heberto Castillo, al lado de la central de autobuses conocida como la Tapo, y se fueron.
Aquí en el parque hay unas 50 tiendas de campaña pequeñas, que se acomodan en hileras para dejar improvisados andadores por donde los migrantes, unos 150, se mueven. Eliana, junto con su familia, tres adultos y cuatro niños, es ahora la ocupante más antigua del lugar. Dice que llegó hace más de un mes aquí, procedente del sur, de Chiapas, hasta donde arribaron después de pasar por varios países, desde Venezuela, de donde son originarios.
La primera noche en la capital se quedaron a dormir dentro de la Tapo. Al día siguiente salieron a explorar la zona y vieron dos tiendas de campaña bajo el distribuidor vial. Les preguntaron a los migrantes que las ocupaban -quienes ya abandonaron el lugar y avanzaron hacia el norte para entregarse a la patrulla fronteriza de Estados Unidos- si podían quedarse. Les dijeron que sí.
Consiguieron una tienda de campaña y se instalaron. Con los días comenzaron a llegar otros y otros. Los vecinos del lugar se acercaron a pedirles que se organizaran para mantener todo limpio y con el número de personas controlado. También les ayudaron a hacer un baño, sobre una alcantarilla, con plástico negro como paredes.
“Dos vecinos nos regalan agua para bañarnos y cocinar. Hicimos entre todos ese bañito y hay grupos de limpieza y de seguridad, además de eso tratamos de no estar haciendo mucho ruido, sobre todo en las noches, porque los vecinos tienen que descansar”, dice Jenny, otra de las ocupantes.
La pausa obligada
Ella, también de origen venezolano, tiene un mes aquí esperando que le salga su cita en la aplicación CBPOne, que el gobierno de Estados Unidos dispuso para el registro de los solicitantes de asilo y a través de la cual sale la fecha en la que deben presentarse en un punto de entrada de ese país para iniciar el trámite de refugio. Pero esas citas tardan meses. Por eso los migrantes se quedan varados ya sea en Ciudad de México o en la frontera norte del país, esperando que se las den.
Jenny dice que tienen necesidad de quedarse en sitios como este albergue callejero porque las rentas de los cuartos o los hoteles están muy caras. “En los hoteles cobran 300 por día por persona y hay que desocupar a la 1 de la tarde. No tenemos el dinero para estar pagando eso, por eso nos tenemos que quedar acá”.
Todos los días pasa uno de sus compañeros migrantes a recoger la cooperación para comprar cloro, fabuloso, jabón, bolsas de basura y se van rotando en grupos para mantener el lugar aseado. Está también muy bien organizada la seguridad. Seis personas se rotan por día y cuidan el acceso de entrada al enrejado del parque.
“Todos los que estamos aquí traemos un brazalete (una cinta plástica), con eso nos identificamos y solo pueden entrar los que lo traigan”, dice Víctor, otro de los migrantes venezolanos, nacionalidad que aquí es mayoría, aunque también hay haitianos, ecuatorianos, colombianos y nicaragüenses.
Conforme los cupos en el albergue se van desocupando, porque a los migrantes les sale la cita en CBPOne y deben avanzar al norte o porque no les sale y deciden ir a la frontera y entregarse a la patrulla fronteriza estadounidense, pueden ir entrando nuevos ocupantes. Pero bajo la condición de seguir las reglas que ya existen.
Aunque a veces hay que hacer excepciones. “De pronto llegan a las 2 o 3 de la mañana familias con niños pequeños, ¿cómo les decimos que no si ni carpas traen? No se pueden quedar a la intemperie, al menos entre las tiendas tienen un poco de calor”, dice Doris.
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Eliana asegura que ahora aquí están muy tranquilos.
Al principio fue difícil. La primera noche que pasamos aquí nos robaron. Un muchacho que vimos salir corriendo se llevó la bolsa donde teníamos ropa de los niños y comida para ellos, así como su registro civil. Después empezaron a llegar más migrantes y esto se sobrepobló, se estaba desbordando, había mucho desorden y un barullo que no se aguantaba. Fue cuando vinieron los vecinos a hablar con nosotros y nos ayudaron a organizarnos.
Gracias a eso es que siguen aquí. El día que llegaron las autoridades a tratar de desalojarlos fue el mismo fin de semana, el del 10 de noviembre, que desalojaron a migrantes de las cercanías de la Terminal de Autobuses del Norte. No se ha sabido a dónde se llevaron a esas personas en situación de movilidad. Pero se cree que de regreso al sur del país.
Desalojos sin sentido
“Hemos tenido referencias de personas que nos dicen que se los llevan a otros estados del sur, y ya sea que los lleven a una estación migratoria, donde se hace un acuerdo de libertad, en el que les mencionan que deben abandonar el país en cierto número de días, y los sueltan, o solo los dejan libres a la entrada de una entidad sureña, entonces las personas emprenden otra vez el camino de regreso, para tratar de llegar al norte, y solo se hace un círculo vicioso”, dice Wendy Castro, subcoordinadora del Área Legal de la organización Sin Fronteras.
De manera que Migración, agrega, “está desplegando personal y recurso económico para ir a movilizar a estas personas, para reubicarlas o trasladarlas fuera de la Ciudad de México, a los estados del sur y es preocupante porque ese recurso se debería estar usando para garantizar el acceso a la regularización migratoria”.
Castro explica que la mayoría de los migrantes buscan tener un papel con el cuál poder moverse hacia el norte, sin que los detenga Migración, y algunos sí están buscando quedarse ya en México. Pero pasan dos cosas en este momento, la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) no está dando citas de primera vez para iniciar el trámite de asilo y el Instituto Nacional de Migración (INM) no está dando la tarjeta de visitante por razones humanitarias.
Eunice Rendón, coordinadora de Agenda Migrante, explica que desde la pasada reunión de alto nivel de seguridad entre Estados Unidos y México, que fue hace un par de meses, y en la que se habló del tema migratorio, pareciera que hubo un acuerdo de mayor control de migrantes. Pero eso en lugar de ordenar y contener los flujos, los está desbordando en varios puntos, como aquí en la capital del país.
El INM dejó de dar las tarjetas humanitarias y a la par de que no se dan estas tarjetas, vinieron más migrantes a la Ciudad de México para ir directo a Migración y también es cierto que los traficantes de personas los han guiado a las cercanías para hacer presión en el tema de documentos.
Así que los migrantes están atrapados aquí en la capital, donde no se ha desplegado una estrategia para atenderlos, respetando sus derechos humanos. Los albergues de la sociedad civil que existen para alojarlos están rebasados desde hace meses. Las rentas son caras. No pueden trabajar porque no tienen documentos. La calle es casi la única opción que les queda.
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“Eso genera en la población que vive cerca (de los albergues callejeros) cierta molestia y quejas hacia las alcaldías, por eso los desalojos, se entiende la desesperación, pero eso no es una solución de largo aliento, solo los llevan a otros lugares más hacia el sur para despejar la Ciudad, y esto tiene muchas críticas desde la perspectiva de derechos humanos”, afirma Rendón y señala que la estrategia es equivocada.
Mientras las autoridades encuentran cómo reaccionar de mejor manera, acá en el albergue callejero de la Tapo, la organización entre vecinos y migrantes ha sido la respuesta. La mayoría de los que están aquí planea esperar la cita en CBPOne, aunque también dicen que si no les sale avanzaran hacia el norte para entregarse a la patrulla fronteriza y buscar el refugio, pero saben del alto riesgo de que los deporten.
“Nos pueden echar para atrás y ya hemos pagado mucho, sufrido mucho, hemos pasado la selva del Darién (entre Colombia y Panamá), hemos visto a muchos quedarse en el camino y en nuestros países no se puede vivir ya”, dice Eliana, mientras carga a su hijo pequeño y mira hacia el frente como buscando una esperanza.
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