Si Rusia es una democracia, ¿por qué Putin lleva 17 años en el poder?
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¿Cómo es posible que un presidente democrático pase tanto tiempo en el poder?

Si Rusia es una democracia, ¿por qué Putin lleva 17 años en el poder?
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Hace diecisiete años, Vladimir Putin fue electo presidente. Así, este dirigente es el hombre con más tiempo al mando de Rusia desde Breshnev y el líder más longevo del G20. Pero, considerando este larguísimo tiempo al frente del gigante ruso, diversas preguntas surgen: ¿Cómo es posible que un presidente democrático pase tanto tiempo en el poder? ¿Cómo ha mantenido Putin el control si no es posible reelegirse tres términos en Rusia? ¿Es Rusia todavía una democracia? ¿Dejará algún día Putin el poder?
El auge de un nuevo patriarca
Vladimir Putin nació en una familia trabajadora de Leningrado (actualmente San Petersburgo). Creció fascinado por las novelas de espías y cuenta una leyenda que de niño fue a las oficinas de la KGB en su ciudad a pedir trabajo. Un guardia le dijo que estudiara mucho y que podría lograrlo. Y eso fue lo que hizo. Putin estudió leyes en la Universidad Estatal de Leningrado antes de cumplir, finalmente, el sueño de su vida: unirse a la KGB. Durante 16 años trabajó como enlace y analista en Alemania. Su identidad secreta era la de un simple traductor. Y Putin podía interpretar este papel con soltura: desde la secundaria habla fluidamente el alemán. En 1991, después de la caída del muro de Berlín y el derrumbe de la unión soviética, Putin presentó su renuncia. Nunca fue un comunista convencido e incluso dijo, en alguna ocasión, que “el comunismo era un callejón sin fondo lejos de la corriente de la civilización”. Pero, no por eso Putin dejó de ser leal. La lealtad para este joven analista era un valor infranqueable. En una ocasión, cuando le preguntaron sobre un libro escrito por un escritor que desertó de la Unión Soviética respondió “No leo libros escritos por personas que traicionaron a la Madre Patria". Ese es el concepto fundamental aquí: la lealtad a la Madre Patria. Putin tal vez no era un ferviente creyente en el comunismo, pero siempre fue un patriota tradicionalista. Por eso, hasta el día de hoy defiende el importante papel de la KGB en la era soviética:
"Claro, no se puede olvidar el año de 1937 (por las purgas de Stalin), pero uno no puede aludir solamente a esta experiencia, pretendiendo que no necesitamos cuerpos de seguridad del estado como la KGB. Los 17 años de mi trabajo están conectados a la agencia. Y sería insincero de mi parte decir que no quiero defenderla.”
El fin de la URSS
Cuando se desmoronó el régimen comunista, Putin entendió que una economía de mercado era inevitable. Así que comenzó a acercarse a los círculos de los nuevos demócratas en San Petersburgo. En especial a su viejo profesor de derecho, Anatoly Sobchak. Sobchak fue elegido como el primer alcalde postsoviético de San Petersburgo. Y Putin comenzó a asistirlo en las difíciles labores de la transición. El principal problema, en ese entonces, para los nuevos demócratas, era lidiar con la aprobación de los diputados de la Duma (el congreso ruso). Esta nueva división de poderes estaba oxidada por años de burocracia autoritaria. Como dijo un compañero de partido, “Sobchak tenía malas relaciones con los legisladores. Siempre había fricciones. Sobchak siempre quiso ponerlos en su lugar; los trataba como el enemigo.” Así, Putin servía como un enlace entre la oficina de Sobchak y los nuevos diputados. Al mismo tiempo, Putin condujo un esfuerzo de privatización en San Petersburgo y se encargó de atraer inversiones extranjeras (en particular, dado su conocimiento cultural y lingüístico del país, de bancos alemanes). Durante todo ese tiempo, Putin siempre se mantuvo alejado de los reflectores; siempre discreto, siempre en las sombras. En 1996, Putin abandonó a Sobchak y se dirigió hacia el Kremlin en Moscú. Ahí comenzó una carrera política fulminante que lo llevó de ser un pequeño funcionario a dirigir la FSB (el equivalente de la KGB después de la URSS). En pocos años, el pequeño niño que soñaba con trabajar en la inteligencia dirigía ahora todo el servicio de inteligencia ruso. Pero eso no le bastó.
La democracia de un hombre
En sus dos primeros mandatos entre 2000 y 2008, Putin estableció un poder durable. En sus primeros actos como presidente negoció con los oligarcas para que no intervinieran en la política, destrozó sin piedad a los líderes chechenos y le quitó poder a los gobernadores locales. Fueron años buenos para Putin y para Rusia: el nuevo presidente estableció una economía basada en el petróleo y el gas justo en el momento en que los precios de las comodidades se dispararon. El resultado fue que el Producto Interno Bruto de Rusia se duplicó en los diez años entre el 98 y 2008. El resultado fue, también, que la tasa de aprobación de Putin llegó a los cielos. En 2004, cuando se postuló para su reelección ganó con un arrasador 72% de los votos.
El tandem presidencial
Por más popular que fuera en ese momento, Putin no podía postularse por tercera ocasión constitutiva dado que lo prohíbe la constitución rusa. Y la palabra clave aquí es “consecutiva”. En los años desde que tomó el poder, Putin hizo de Rusia Unida, el joven partido en el que empezó a militar como primer ministro de Yeltsin, la primera fuerza política del país. Y detrás de este enorme auge, Putin estableció un control absoluto del partido. Frente a la imposibilidad de reelegirse, el dirigente eterno optó entonces por un tandem: designó a Medvedev, un cercano colaborador, como el candidato de su partido a la presidencia. Después de la victoria, inmediatamente, Medvedev nombró a Putin como su primer ministro. De esta forma, ambos hombres estaban en el poder y lo compartían. Y Putin podía permitirse estar en segundo plano durante cuatro años esperando el momento de regresar a la candidatura presidencial. También, sirvió para que Medvedev cambiara la constitución con la complicidad de una Duma absolutamente controlada por Rusia Unida, para que el periodo presidencial se ampliara de 4 a 6 años.
Tercer mandato
Finalmente, en 2012, Putin se presentó a las elecciones por tercera vez. Y, como siempre, ganó con más del 60% de los votos. Aún así, diversas instituciones internacionales y grupos de oposición se manifestaron en contra del dirigente y protestaron unas elecciones sospechosas. Putin controla todas las cadenas de televisión (pues no hay alternativa a la televisión estatal), controla todos los medios, controla el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial. Para dar un ejemplo de su dominio en la Duma podemos detenernos a observar su conformación actual: de 450 diputados 343 son del partido de Putin. En estas condiciones, las elecciones no pueden ser más que una competencia desleal. Y, claro, Putin ganó.
El futuro de Putin
Ahora, bajo la ley que forjó con Medvedev, Putin podrá seguir en el poder hasta 2018 para intentar reelegirse en las siguientes elecciones. De ganar nuevamente, Putin podría llegar a permanecer 25 años en el poder y sería el jefe de estado ruso más longevo desde Stalin. Durante los años de Putin en el poder opositores han sido envenenados en el extranjero y periodistas que han señalado vínculos corruptos del mandatario han sido asesinados. También, opositores como las músicas de Pussy Riot o el multimillonario Mikhail Khodorkovsky, han aprendido la mano dura de Putin purgando condenas en prisión. Por supuesto, frente a estos comportamientos preocupantes, la oposición ha levantado férreas protestas en contra del gobierno de Putin al que califican de autoritario. Y, sin embargo, su tasa de aprobación llegó, en 2015, a la cifra récord de 89%. Y Putin parece intocable.
Una popularidad intocable
La popularidad del mandatario se basa, después de la crisis de 2008, en un cambio de política. Cuando llegó al poder, Putin no era necesariamente antiamericano, pero después de las sanciones económicas de gobiernos occidentales como respuesta a su invasión a Ucrania, han despertado en su gabinete las paranoias soviéticas de intervencionismo extranjero. Para Putin, tanto la oposición como las manifestaciones en su contra son operaciones financiadas por un occidente que se opone a la grandeza de Rusia; una grandeza tradicional que él debe defender por el bien de la Madre Patria. Y el insistente anti-americanismo de sus últimos años en el poder ha fomentado una aprobación abrumadora. Bajo el mando de Putin, Rusia parece fuerte de nuevo, parece grande, parece orgullosa e insumisa. Sólo necesitamos ver la adaptación estatal de Taras Bulba de 2005 para comprender este apego a las tradiciones que habla de una Rusia profunda, encerrada en sí misma, orgullosa y vencedora frente al invasor extranjero: los cosacos se hacen llamar rusos y mueren felices por unir su sangre a la tierra fértil de la amada Madre Patria que defienden, hasta el último aliento, frente al invasor. Todo parece indicar, entonces, que Putin seguirá en el poder. Y después de los siguientes seis años nadie puede saber qué ocurrirá: el actual presidente puede volver a buscar compartir el poder en tandem y esperar la siguiente elección. En cualquier caso, la transición a una Rusia sin Putin parece casi imposible: este mandatario no es sólo un hombre sino que representa y encarna todo el sistema político ruso. Se dice que, en las calles, cuando se le pregunta a alguien por quién votaría si no estuviera Putin, la respuesta es, siempre, “¿Qué? ¿Acaso hay alguien más?”