¿Por qué estos judíos ultraortodoxos se oponen al estado de Israel?
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Desde hace años han existido confrontaciones entre los ultraortodoxos y otras comunidades judías en Israel.
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La entrada a Mea Shearim, un barrio de judíos ultraortodoxos al norte de Jerusalén, está tapizada de signos de advertencia. Mujeres y hombres deben entrar vestidos con propiedad, los sábados está prohibido utilizar celulares y todos deben taparse la cabeza al entrar a un lugar de culto... Si un automovilista desprevenido se atreve a cruzar los límites del vecindario en sabbat, puede ser recibido a pedradas… y le puede ir peor. Los jaredíes dominan este barrio e imponen su ley; una ley que sigue las prescripciones más estrictas de la vida judía. Éste es un grupo judío ultraortodoxo que cree que el sionismo es una herejía. Frente al creciente poder de Israel en el mundo, esta comunidad se opone a la construcción del estado de Israel.
Los guardianes de la fe
Para los jaredíes hay una lucha constante contra la secularización de la vida diaria. Porque existe un peligro real de que se pierdan sus tradiciones, su religión, sus creencias, su lugar como pueblo elegido de Dios. En ese sentido, deben continuar los viejos rituales de antepasados europeos y devolver al pueblo judío la gracia de Dios. Ellos son la última línea de defensa contra la normalización del judaísmo y su futura extinción. Ellos son los que rezan para que los demás israelitas puedan vivir una vida desatendida sin que se condene todo un pueblo. Ellos son los guardianes de una fe que se diluye con la modernidad. En los barrios jaredíes no hay televisiones y no se escuchan los medios masivos de comunicación. Toda la prensa nueva, por más conservadora que sea, puede llevar al pecado. Al igual que los videojuegos, la literatura moderna, el cine… Siguiendo las viejísimas costumbres de comunicación comunitaria, los líderes prominentes dejan mensajes para todos los interesados en los muros, en las calles. Ahí se lee directamente todo lo que atañe a la comunidad; ahí se transmiten las informaciones de valor que no contaminan a los fieles de otras influencias. Los jaredíes, más que constituirse como una comunidad religiosa, se están convirtiendo en un grupo étnico separado. Tienen sus propios valores, sus propias costumbres, celebraciones, alimentos y formas de adoración. Hablan, incluso otro idioma. Al dejar el hebreo para sus liturgias (por ser la palabra sagrada que no debe banalizarse), al rechazar el nuevo hebreo que se habla comúnmente en Israel, los jaredíes retomaron el viejo yiddish de sus antepasados, esa mezcla arcáica de hebreo y alemán que se remonta directamente a sus raíces europeas y que aumenta el aislamiento de los custodios de la palabra divina.
Los que tiemblan ante la palabra de Dios
Como las comunidades amish, los menonitas o las partes más radicales del Islam, los judíos jaredíes rechazan las comodidades del mundo moderno como formas perversas de corrupción. En este sentido sus comunidades están cada vez más aisladas del resto de las culturas de Israel. Su aislamiento es, además, completo. Los miembros de esta comunidad no se integran al sistema económico del país. Está mal visto entre los hombres el trabajo secular y todos los varones deben pasar la mayor parte de su día estudiando los textos religiosos de la Biblia, la Torá y los grandes maestros. Es una tarea titánica que no todos pueden soportar. Los libros son extensos y las interpretaciones complejas. Algunos alumnos resultan ser virtuosos en la exégesis talmúdica. Muchos otros simplemente deben mantener esta vida rigurosa para ser aceptados dentro de la comunidad. En Israel existen dos tipos de escuelas religiosas para hombres (evidentemente, la estricta separación de sexos es una práctica común). Las escuelas para jóvenes se llaman yeshivas y las escuelas para hombres casados se llaman colells. Ahí se lee el Pentateuco con los más de 600 mandamientos de la fe judía y la Torá. Hasta el 2014, estas escuelas contaban con más de 120 mil alumnos. Mientras los hombres estudian, las mujeres deben ganar dinero para las familias. Y lo hacen, en particular, en el sector educativo dentro de las mismas comunidades. Las mujeres atienden así las escuelas especializadas en la enseñanza religiosa y cuidan a sus cuantiosas familias. En los años ochenta el promedio de hijos en estas comunidades era de 6.4, para los noventas ya había aumentado a 7.6 y, actualmente, sigue creciendo. Para 2014, en los hogares jaredíes, el promedio de hijos oscilaba entre siete y diez. Esta comunidad ya representaba, hace unos años, el 10% de la población israelí y se calcula que, para el 2030, sean ya el 18% de la población. Esto plantea diferentes problemas económicos. La tasa de desempleo entre los jaredíes supera el 50% frente al 6% del resto del país. El índice de pobreza en estas comunidades es del 57% y muchas familias de más de diez integrantes deben sobrevivir con menos de mil 500 dólares mensuales (es decir, cerca de 30 mil pesos).
Los israelíes antisionistas
Toda nueva administración en Israel debe enfrentar el problema de los jaredíes. Un problema económico se está tornando, rápidamente, en un problema político. Desde hace años, han existido confrontaciones entre los ultraortodoxos y otras comunidades judías en Israel. Los conflictos van desde el acoso sexual de los jaredíes que no dejan de insultar a las mujeres que consideran “vestidas indignamente” hasta las confrontaciones con policías por leyes de excepción en el servicio militar. Para granjearse la simpatía de una comunidad creciente en números y violenta en reacciones, Netanyahu favoreció las políticas de los jaredíes. Estas leyes les permiten exentar el servicio militar obligatorio en Israel para quedarse a estudiar los textos religiosos. Además, gozan de una beca del gobierno para mantener sus actividades. Este apoyo inusual se debe, claro, a la presencia demográfica de la comunidad, pero también a que, en sus representatividades políticas, los jaredíes no toman partido ideológico. A ellos no les importa, cuando votan por una ley, si viene de un grupo de izquierda o derecha, si busca un proyecto liberal o conservador: los jaredíes votan por lo que pueda preservar su estilo de vida. En ese sentido, son fáciles de encauzar y accesibles para cualquier fin político. Como reflejo de esto, la sociedad israelí repudia con cada vez más ahínco la forma en que el gobierno ha protegido a las comunidades jaredíes. Se les descalifica comúnmente como parásitos que viven de la beneficencia de las élites políticas y que se niegan a contribuir a la construcción del estado de Israel. Hay que considerar también que los grupos jaredíes se oponen fuertemente al sionismo, la principal corriente que justifica la creación y manutención del estado de Israel. Para los jaredíes, en su versión más mesiánica, los judíos no tienen derecho a gobernar y asentarse en la tierra prometida hasta que se revele el nuevo mesías. Desde los años cuarenta, con la constitución del estado de Israel, grupos antisionistas comenzaron a levantarse frente a las crecientes corrientes sionistas. Para Neturei Karta, por ejemplo, el sionismo es una blasfemia y una aberración frente al judaísmo histórico. Los miembros de esa comunidad se negaron por mucho tiempo a utilizar dinero israelí, sellos postales israelíes y a recibir las manutenciones del estado que otras comunidades tomaban para sobrevivir. La herejía sionista está en definir a los judíos como Estado, y no como un pueblo sagrado, llevado al exilio por sus pecados, que no debe caer en las manipulaciones de los gentiles. La conformación de un estado nación sería, justamente, dirigirse a la trampa gentil que llevaría a la extinción del judaísmo.
El futuro de un estado frágil
Cuando una facción palestina se presentó en Nueva York para reanudar las negociaciones de paz con Israel, hubo un momento extraño. Junto a la delegación palestina había un grupo de judíos ultraortodoxos con vestidos tradicionales. Eran parte de Neturei Karta, los guardianes de la ciudad por su nombre en Arameo. Los ultraortodoxos estaban intentando ayudar en las negociaciones para lograr que los judíos regresen todas las tierras tomadas a Palestina. Esta facción está en franca decadencia y la mayoría de los jaredíes cooperan con el gobierno israelí a pesar de que rechazan todo sionismo. Sin embargo, la paz está lejos de establecerse entre esta comunidad creciente, las otras comunidades y el estado. En un estado formado por el pueblo elegido de Dios hay algunos ciudadanos que se sienten más elegidos, más únicos, más privilegiados por el miedo al más alto. Los jaredíes viven como un bastión de una religión que ellos consideran en decadencia. Sus principios se anquilosan con cada año que pasa, con cada avance tecnológico, con cada oposición del estado. Ellos son los justos en un país de inocuos que se ha dejado tentar por las vías fáciles de los gentiles. Esta comunidad crece en extremismo, en números y crece también la violencia de sus manifestaciones. Como todo otro grupo radical, la oposición parece fútil frente a una convicción última de verdad. Y, sin embargo, sus voceros políticos sostienen que son una comunidad pacífica que sólo busca preservar un estilo de vida. En septiembre pasado, la Suprema Corte Israelí anuló la exención del servicio militar para estas comunidades. Y una ola de protestas recorrió los barrios de Jerusalén con detenciones y enfrentamientos cada vez más violentos. Frente a la fuerza física, política y demográfica de este grupo, el estado de Israel debe decidir qué camino tomará: el de un estado dividido entre seculares y guardianes de la fe; el de un estado que impone leyes religiosas; el de un estado con derecho de culto o un estado religioso que vive, lejos del temor a Dios, con temor a sus habitantes. Los jaredíes son así el nuevo gran problema de Israel, una nación polémica que siempre ha estado al borde de la guerra. Ahora, la nueva preocupación es esta confrontación que divide a los hijos de Dios entre el cariño de los predilectos.