¿Santa Anna Puso Impuestos a Ventanas y Mascotas?
En el natalicio de Santa Anna explicamos algunos mitos sobre uno de los personajes más controversiales de nuestra historia
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Antonio López de Santa Anna es uno de los personajes más odiados de la historia de México. Sin embargo, alrededor suyo se han forjado varios mitos que ameritan ser explicados y, en ocasiones, desmentidos. A continuación revisaremos algunos de los mitos más famosos sobre la vida del militar que pasó de ser un héroe nacional a un villano.
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Nacido un 21 de febrero de 1794, Antonio López de Santa Anna es acaso el personaje más notorio de la primera mitad del siglo XIX mexicano. Participó en todas las guerras de su tiempo, con mayor y menor suerte, fue partidario en ocasiones de causas contradictorias y ahora es recordado como uno de los principales malhechores de la historia nacional.
Algunos mitos sobre su figura son plenamente ciertos, algunos otros exigen matices.
¿Santa Anna cobraba impuestos por las ventanas y los perros?
Probablemente este sea el mito más difundido sobre Santa Anna, uno que dibujaría de forma ejemplar el despotismo de sus gobiernos. Lo cierto es que sí, durante su último gobierno, de 1853 a 1855, Santa Anna cobró impuestos por ventanas y por tener perros.
Según explica Natalia Arroyo en Cara o cruz: Santa Anna (Taurus, 2018), se puso como pretexto la necesidad de pagar las deudas públicas. Además, Santa Anna estaba muy interesado en mantener debidamente armado y entrenado al ejército; en no pocas ocasiones, él tuvo que poner de su propio dinero para financiar las armas y los soldados con los que fue al frente.
Sobre el impuesto a los perros, Arroyo explica:
[Santa Anna] estipuló impuestos por tener mascotas. Cada perro costaba un peso mensual, y si no se pagaba, eran sujetos a una multa de 200, además de matar a la mascota. Las puertas y ventanas que miraban a la calle también pagaban
Cabría señalar que Santa Anna no fue el primero en cobrar impuestos por las ventanas en México.
El primer presidente en idear semejante impuesto fue Melchor Múzquiz, quien es conocido informalmente como “el presidente más honesto en la historia de México”, aunque gobernó menos de seis meses en 1832. Este título se le atribuyó después de que casi provocara un derrumbe en Palacio Nacional al juntar los impuestos cobrados en un solo cuarto de un piso superior, lo que provocó que se venciera y tuviera que ser apuntalado.
Sin embargo, Múzquiz tampoco fue el primero en tener dicha idea. En Europa fue común a lo largo del siglo XIX que se cobrasen impuestos por las ventanas.
En una época sin luz eléctrica, las ventanas eran un buen indicador socioeconómico para conocer la riqueza de una familia, como hoy lo sería el número de focos en un hogar. Este impuesto fue tan común que incluso se le menciona en Los miserables de Victor Hugo.
¿Se hizo llamar su Alteza Serenísima?
Por mucho tiempo, Santa Anna fue solamente Benemérito de la Patria. Sin embargo, en 1853, se firmó un oficio en donde se indicaba que sería llamado Alteza Serenísima.
Santa Anna fue famoso por un ego exacerbado; es tristemente célebre el funeral que dedicó a la pierna que perdió por un cañonazo durante la Guerra de los Pasteles.
No obstante, no fue el primer personaje de nuestra historia que exigió que se le llamara su Alteza Serenísima. El primero fue Miguel Hidalgo; dicho gesto habría hecho enojar a un cada vez más decepcionado Ignacio Allende, en la primera etapa de la Guerra de Independencia.
¿Cuántas veces fue presidente?
El mito suele indicar que Santa Anna siempre buscó perpetuarse en el poder. Como prueba se cita que fue presidente en seis ocasiones.
La verdad es incluso un poco más compleja: fue presidente, sí, en seis periodos, pero en total fueron 11 lapsos en los que fue presidente de la República. Santa Anna acostumbró a solicitar facultades extraordinarias para acudir al frente; otras veces, renunció.
Durante su primera etapa política, Santa Anna mostró más interés por estar en batalla que en Palacio Nacional. Por ello, si se suman las 11 ocasiones que fue presidente esto da como resultado un tiempo efectivo de seis años en el cargo.
¿Santa Anna fue un “vendepatrias”?
Con frecuencia se señala que fue Santa Anna el responsable que México perdiera más de la mitad de su territorio. Pero en esta afirmación hay poca verdad.
Cuando acudió al frente durante la guerra por Texas y, posteriormente, fue apresado, Santa Anna se negó a reconocer como legítimos los Tratados de Velasco. En sus memorias, señaló que estos tratados carecían de legitimidad pues los firmó siendo prisionero.
Aun concediendo que tuvo una penosa actuación durante la campaña de catorce meses en Texas, menos se puede alegar que Santa Anna fue responsable de firmar la rendición ante el ejército estadounidense.
Cuando empezó la invasión norteamericana en 1846, Santa Anna estaba exiliado. Fueron los propios políticos mexicanos quienes le pidieron que volviera para unirse a la lucha.
Lo que encontró fue un ejército exiguo que tuvo que financiar con su propio bolsillo. Además, topó con el desdén de muchos gobernadores y la desunión general.
Como señala Will Fowler en Santa Anna ¿héroe o villano?, hacia el final de la guerra, Santa Anna deseaba continuar la lucha contra los norteamericanos. Dejó la presidencia el 16 de septiembre de 1847, tras la derrota en Chapultepec.
Le sucedió en el gobierno Manuel de la Peña y Peña, quien fue el encargado de firmar el tratado Guadalupe Hidalgo. México recibió 15 millones de pesos como indemnización. Dicho tratado fue ratificado por el Congreso.
Lo que sí vendió Santa Anna fue el territorio conocido como La Mesilla, durante su vilipendiada última gestión presidencial, en 1853. En aquel entonces Santa Anna afirmó que accedió a la venta para apaciguar a los estadounidenses e impedir una nueva invasión.
¿Qué papel tuvo Santa Anna en la goma de mascar?
Este no es un mito, sino un dato poco conocido de la vida de Santa Anna. En 1860 Santa Anna estaba exiliado en Estados Unidos. En Nueva York conoció a Thomas Adams, con quien trabó amistad.
Adams era un inventor y empresario, quien se fijó que Santa Anna todo el tiempo mascaba goma de chicozapote, conocida comúnmente en México como chicle.
Este hábito inspiró a Adams a desarrollar la versión modernizada y saborizada de la goma de mascar. En pocos años los chicles Adams se convirtieron en un emporio de las golosinas que no había ocurrido sin la participación involuntaria del expresidente mexicano.