Jaime Maussan: el hombre que persigue a los habitantes del cielo
Conoce la verdadera historia y trayectoria de Jaime Maussan
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Jaime Maussan nació el 31 de mayo de 1953. Desde los 20 años ha trabajado como reportero en diferentes programas televisivos. Tiene estudios en periodismo por la UNAM y la Universidad de Miami en Ohio, Estados Unidos. Su trabajo ha sido proyectado en el Festival de Cannes, ha recibido múltiples premios y fue considerado una figura prominente del periodismo nacional en los años en que Jacobo Zabludovsky conducía el principal noticiero de México. Pero estoy seguro que nadie lo recuerda por todo esto.
El ufólogo convencido
La imagen de Maussan ha mutado con el paso del tiempo. Convencido de las verdades ocultas de este y otros mundos, este periodista lanzó una cruzada por encontrar evidencia física de la presencia extraterrestre en la Tierra. Sus programas permearon fuerte en la cultura popular mexicana. Nadie lo tomaba verdaderamente en serio... pero todos lo escuchaban. Algunos casos fueron más impactantes que otros, claro. Y, con el tiempo, todos formaron un imaginario colectivo alrededor de la icónica imagen de un hombre que siempre quiso creer en otras civilizaciones planetarias. Para celebrar a Maussan, escogemos no hablar de las veces en que ha sido ridiculizado, de los insultos que le han dirigido o de sus famosas peleas con otros periodistas. En vez de eso, veamos en qué cree Jaime Maussan y valoremos estas creencias: ¿Voltear a ver al cielo con asombro es fomentar el fraude dañino o alimentar una curiosidad necesaria?
Arnold vio luces en el cielo
Era un hermoso día de verano y los cielos de Washington estaban despejados. A bordo de un pequeño avión agrícola, el empresario y piloto Kenneth Arnold volaba hacia Washington. En las telecomunicaciones del avión se anunció, sin embargo, que habría una recompensa para quien ayudara a encontrar un avión militar que se había estrellado cerca del Monte Rainier. Y Arnold dio media vuelta para cazar los 5 mil dólares que ofrecía el ejército. Era el 24 de junio de 1947 y ese día iba a cambiar la complexión de nuestros sueños. Por la ventana del avión, Arnold vio una luz brillante, como si hubiera un reflejo repentino del sol en un espejo. Rápidamente, Arnold pensó que se podía tratar de otra nave y, para evitar colisiones, observó el cielo a su alrededor. De pronto, vio que había seis extraños objetos que se movían a una velocidad inaudita alrededor de la montaña. Cuando pasaban frente al fondo blanco de la nieve, los objetos se veían negros; cuando pasaban frente a otro fondo producían destellos de luz. Arnold dijo, también, que había momentos en que desaparecían completamente, por lo que añadió que, tal vez, tenían una forma convexa. Cuando contó por primera vez su historia, todos se mofaron de él. Pero, poco a poco, al descubrir su curiosidad científica y la precisión de su relato, varios periodistas comenzaron a indagar más en la noticia. Arnold calculó la posible velocidad de los objetos basándose en sus observaciones. Lo que encontró era inquietante: cerca de 2 mil kilómetros por hora. Eso era mucho más veloz de lo que podía volar cualquier nave tripulada de la época. Digo, a esa velocidad se rompe una barrera supersónica que no se atravesó, en una nave civil, hasta 1961. Todo esto empezó los rumores. Arnold habló de una forma convexa que, muy pronto, se convirtió en forma de “platillo” y que, finalmente, se describió como “platillo volador”. También, por los datos de la velocidad de la nave y las crecientes apariciones públicas de Arnold, se empezó a hablar de objetos de otro planeta.... De pronto, en una mañana soleada en Washington, había nacido la ufología.
Miedo de Guerra Fría
Después de que el avistamiento de Arnold se convirtiera en un fenómeno nacional, el ejército de Estados Unidos comenzó a preocuparse. ¿Qué tal que lo observado por el piloto era, en realidad, una nueva nave soviética? ¿Qué tal que los soviéticos habían recuperado, en su llegada a Berlín, alguna nueva tecnología alemana? ¿Qué tal que los rusos ya estaban pisando territorio estadounidense sin que nadie lo supiera? Éste no era un miedo cualquiera. Las tensiones con los rusos escalarían en los siguientes años hasta desembocar en la mortífera guerra de Corea. Y, a partir de ahí, el miedo a la tecnología rusa impulsó la carrera espacial y la carrera armamentística de las instituciones americanas. Se fundaron, entonces, tres proyectos consecutivos para establecer si los “platillos voladores” eran un peligro para la seguridad nacional y para recopilar información científica en torno de un fenómeno tan mediático: Project Sign (1947-1949), Project Grudge (1949-1951) y el famosísimo Project Blue Book (1951-1969). Cuando se fundaron estos proyectos, el término de “platillos voladores”, relacionado con las historias cada vez más amarillistas de la prensa, tenía que descartarse. Y es ahí en donde entró el capitán Edward J. Ruppelt. Condecorado piloto, veterano de la Segunda Guerra Mundial y reputado organizador, Ruppelt fue el primer director del proyecto Blue Book. Ahí, para entregar sus reportes, decidió llamar a todos los avistamientos “UFO” u “Objeto volador no identificado”, por sus siglas en inglés. A pesar de todo el dinero que se le invirtió, en 1969, después de analizar 12,618 casos (incluyendo 701 que quedaron sin resolver), el proyecto Blue Book fue clausurado por la CIA. La ficha de terminación del proyecto explicaba las razones:
“Como resultado de estas investigaciones, estudios y la experiencia adquirida durante la investigación de reportes de OVNI desde 1948, las conclusiones del Proyecto Blue Book son: (1) que ninguno de los OVNI reportados y evaluados por las Fuerzas Aéreas representaba una amenaza a nuestra seguridad nacional; (2) que no hubo evidencia sometida o descubierta por las Fuerzas Aéreas de que todos los avistamientos clasificados como “no identificados” revelaran desarrollos tecnológicos o principios que fueran más allá del conocimiento científico moderno; (3) que no hay evidencia de los avistamientos considerandos como “no identificados” fueran vehículos extraterrestres.”
Este reporte dio por concluidas unas investigaciones nacidas del miedo de la Guerra Fría. Un miedo que se alimentó de la cultura popular, de las imágenes de una invasión del planeta rojo, de sueños futuristas por la nueva bonanza económica estadounidense y la constante amenaza del apocalipsis nuclear. Por supuesto, mientras tanto, la ufología había pasado al dominio de todos. Y, cuando se presentaron estos reportes, hubo una respuesta inmediata: el gobierno clausuró las divisiones de investigación del fenómeno OVNI porque, seguramente, esconden algo. Es el principio de “la verdad está allá afuera” que guía las locuras del agente Mulder y el que se enfrenta al racionalismo de Scully en la serie The X-Files. La ufología sigue viva porque cree en la omnipresencia de un gobierno que esconde los casos más llamativos de encuentros con extraterrestres. Las numerosas investigaciones científicas de la Guerra Fría perdieron todo financiamiento: ahora, la búsqueda de los cielos quedó en manos de los olvidados y los creyentes. Y esto es lo que ha llevado a la constitución de una seudociencia. Pero, ¿a quién le hace daño que la gente siga mirando al cielo para encontrar respuestas? ¿Son verdaderamente nocivas estas investigaciones? ¿Qué tanto alimentan a la divulgación científica y qué tanto la oscurecen? ¿Es Maussan un héroe, un periodista o un farsante? el caso, por ejemplo, del llamado “Ser de Metepec”. Un jefe de transportistas corrupto y un taxidermista talentoso decidieron jugarle lo que llamaron “una broma” a Maussan presentándole un mono tití curtido por la sangre de otros animales, sin pelo y disecado, como un ser de otro mundo. Después de que el jefe de transportistas de Metepec fuera asesinado, el asunto se olvidó. Hasta que Maussan regresó, ocho años después, con su viuda, para comprar el espécimen. Al parecer, el animal disecado le costó cerca de 300 mil pesos al periodista. Pero, para Maussan, el espécimen valía cada peso: ningún forense podía determinar el ADN de la criatura porque estaba curtida por la sangre de muchos animales. El engaño era elaborado y bastó para convencer a Maussan: una prueba negativa valía para él como una confirmación de sus creencias. Todo se anunció como un día histórico para la humanidad... y todo resultó ser un fraude. Lo mismo ocurrió cuando Maussan organizó un evento enorme en el Auditorio Nacional y dijo que tenía, por fin, pruebas verdaderas de la presencia extraterrestre en la Tierra. El asunto causó revuelo y se vendieron 7 mil boletos para ver las fotografías de unos supuestos seres espaciales. Sin embargo, las pruebas -basadas en testimonios directos e indirectos- tampoco bastaron para convencer fuera de la comunidad de creyentes. Pero ¿quién es el responsable de estos fraudes? ¿Acaso Maussan pagó tanto dinero sabiendo que eran fraudes? ¿Cuando compró las fotografías o el "ser de Metepec" lo hizo calculando que podría vender boletos en el Auditorio Nacional? Cuando alguien vende una fotografía, un espécimen, un video a Maussan, el periodista hace una inversión en creencia y en dinero. Y generalmente termina siendo desmentido de las peores formas... y en público. Así, es difícil saber si el trabajo de este periodista es un modelo de negocios, una forma de autopromoción curiosa o una verdadera convicción. Lo que sí sabemos es que Maussan no se va a ninguna parte. A pesar de dolorosos desmentidos, sigue dando conferencias en todo el mundo, sigue organizando congresos y sigue siendo una figura polémica en México. ¿Cuál es, entonces, su importancia cultural?
El divulgador de ficciones
Maussan no ha sido el único ufólogo de México. Antes de Maussan, estaba Pedro Ferriz Santacruz, padre del locutor Pedro Ferriz de Con. Este famoso presentador de televisión condujo el importante programa Un mundo nos vigila desde mediados del siglo pasado. Como pionero en la ufología en México, Ferriz alimentó los sueños de una generación… incluyendo los del joven Maussan. Sus historias mezclaban el estilo de los reportajes de fondo con un gusto sincero por la ciencia ficción. Y no importa ya qué tanto creyera en sus historias sino que las contaba alimentando la curiosidad de millones: por unos breves momentos, un país soñaba con el universo. Cuando Orson Welles adaptó, en 1938, la novela The War of The Worlds de H.G. Wells, causó pánico entre la población de Estados Unidos. La radio parecía anunciar una verdadera invasión y, a pesar de que no existía la cultura de la ufología, la paranoia de un mundo al borde de la guerra bastó para encender los ánimos. En 1998, se transmitió, por la televisión de Nueva Zelanda, Alien Abduction: Incident in Lake County. Se trata de una película de found footage, anterior a The Blair Witch Project, que desató la paranoia de muchos. Es una película que retrata, con tremendo realismo, el caso de abducción de una familia americana. La cinta fue transmitida con una advertencia de contenido gráfico al principio y sin créditos al final, lo que le agregó al realismo y causó pánico en la isla de Oceanía. Aún ahora, muchos aficionados a la ufología siguen sosteniendo que la cinta es real. El hecho de que esta película haya funcionado, en los años finales del siglo XX, como lo hizo la emisión de radio de Welles, muestra que los creyentes en ufología están dispuestos a conceder mucho. Es muy tentador creer en la idea de que existe un secreto masivo; un secreto que puede explicarlo todo; un secreto que le da sentido a una búsqueda perdida. Y es más tentador buscar a los extraterrestres aquí que tratar de observarlos a distancia, a través de sondas y microscopios, en las aguas congeladas de Europa. Jaime Maussan se sigue describiendo como un periodista y trata de demostrar que su trabajo es el de buscar la verdad (y no el de presentar verdades a medias para justificar su propia voz). En realidad, nunca sabremos si sus creencias son sinceras o si, simplemente, es un hombre tratando de destacar en el despiadado medio del espectáculo. Lo que sí sabemos es que Maussan y todos los ufólogos han alimentado con sus teorías la cultura popular. No existiría Close Encounters of the Third Kind, Men in Black (que es, de hecho, su secuela espiritual), Stranger Things o The X-Files sin la enorme aportación cultural de todos los locos, los ingenuos, los creyentes y los convencidos que siguen buscando señales en el cielo. Lo que Maussan hace no es divulgación científica. Se puede decir que lo que hace no es, tampoco, estrictamente hablando, periodismo. Pero su figura, como demostró en el promocional de Stranger Things, ya es una referencia en la enorme cultura floreciente de las paranoias conspiradoras y de nuestros sueños alienígenas. Cuando descubran, en los próximos 20 años, microorganismos en algún lugar del sistema solar, el evento no va a ser tan emocionante como un evento de Maussan. No vamos a encontrar criaturas antropomórficas o enormes naves surcando el espacio. Así, cuando suceda un descubrimiento científico de esta magnitud, por la emoción que nos ha hecho sentir y por invitarnos siempre a la ficción, Maussan va a poder decirle al mundo: se los dije. Y, de cierta forma, lo hizo. Jaime Maussan nos ha hecho soñar con contactos imposibles, con mundos imposibles, con grandes tramas imposibles. La realidad es más rica por sus locos descubrimientos desmentidos: este hombre nos ha enseñado que un buscador de verdades puede ser, también, un gran creador de ficciones. Por @Pez_Out (AP Photo/Eric Draper)" />