¿Escuchar a Mozart te Hace Más Inteligente?
Por años se ha difundido el mito de que escuchar a Mozart hace más inteligentes a las personas; te contamos qué hay detrás de este mito
N+
COMPARTE:
Se ha escuchado en consultorios médicos, en charlas de sobremesa, lo han escuchado padres primerizos, lo han escuchado estudiantes en problemas: escuchar a Mozart presuntamente te puede hacer más inteligente. Y todas su variantes: Mozart hará más inteligente a tu bebé, Mozart te ayudará a estudiar, etcétera. ¿Cómo surgió este mito y qué tan falso o cierto es?
Te recomendamos: ¿Qué papel tuvo Albert Einstein en la Bomba Atómica?
El milagro de 1761
Un 27 de enero de 1756 nació Wolfgang Amadeus Mozart en Salzburgo. Su padre, Leopold, era un profesor de violín y compositor, que contaba con cierto prestigio en la escena musical local.
Cuando Wolfgang nació, sus padres no sabían cuánto viviría su hijo; las muertes prematuras eran una tragedia que marcaba a la inmensa mayoría de las familias. Mucho menos habrían podido concebir que su hijo, un 24 de enero de 1761, a los cuatro años de edad, escucharía a su hermana tocar atentamente el clavicordio, después se acercaría al instrumento y tocaría nota por nota la pieza que acababa de escuchar.
Toda la familia quedó con la boca abierta: Wolfgang nunca se había sentado ante un instrumento y, sin embargo, había memorizado y después reproducido cada nota de la obra que ensayaba su hermana mayor.
Aquel “milagro”, como lo calificó Leopold en una carta, sería el inicio de la carrera más brillante en la historia de la música. Un siglo después, en pleno romanticismo, todo lo referente a la vida de Mozart, y aun su muerte, sería visto como un hecho sobrenatural, que trascendía la lógica y las capacidades humanas.
Por ello, y porque Mozart mismo se descubrió como un prodigio siendo apenas un infante, no sorprende que haya sido el compositor elegido por algunos investigadores para divulgar la idea de que cierta música puede hacerte más inteligente.
¿Cómo nació el mito del Efecto Mozart?
La peculiar relación entre Mozart y la ciencia cognitiva nació en 1993. Aquel año, un equipo de investigadores de la Universidad de California publicó en Nature el artículo “Música y ejecución de tareas espaciales”.
Si bien no se trata de un título especialmente atractivo, el texto resultó ser una bomba, tanto entre investigadores como entre los medios de comunicación. En él se partía de la premisa de que había una relación “histórica y anecdótica” entre el pensamiento musical y otras funciones cerebrales superiores.
En su experimento, los psicólogos tomaron a un grupo de 36 estudiantes; a un tercio de ellos los mantuvieron en silencio, a otros les pusieron instrucciones de relajación, el tercer grupo escuchó la Sonata para dos pianos en Re mayor de Mozart. Posteriormente, les pidieron que resolvieran pruebas de razonamiento espacial. Según los autores, Mozart incrementaba las capacidades de los estudiantes por diez minutos.
Estos resultados parecían concordar por las ideas de Alfred A. Tomatis, un médico que afirmaba que la música del austriaco ayudaba a sus pacientes cuando la ponía durante una sesión de terapia.
Fue así como surgió el mito en la cultura popular: de alguna forma, por un efecto no conocido, Mozart parecía hacer más inteligente a la gente. La prueba era que 12 estudiantes tuvieron un mejor desempeño en pruebas de inteligencia durante diez minutos. Para cuando los medios hicieron eco del presunto hallazgo, había nacido el Efecto Mozart.
¿Qué hay de verdad en el Efecto Mozart?
Una vez echado a andar el mito en los medios de comunicación, los científicos no tuvieron más opción que investigarlo, ya fuese para comprobarlo o para desmentirlo.
Ocho años después del artículo que inició la fiebre del Efecto Mozart, el Journal of the Royal Society of Medicine publicó un artículo donde se concedía la existencia del Efecto Mozart. Para ese entonces ya se habían hecho estudios con ratas expuestas en el útero a la música de Mozart, a la de Philip Glass y a ruido blanco.
En este experimento, las ratas que oyeron a Mozart resultaron ser más hábiles a la hora de resolver un laberinto. Basado en esos resultados, el autor J.S. Jenkins pedía investigaciones más exhaustivas sobre el fenómeno.
La bola de nieve no se detuvo sino hasta el 2007, en que intervino el Ministerio de Educación de Alemania. El metaestudio realizado por la institución concluyó que escuchar a Mozart no hacía a nadie más inteligente. No obstante, sí dejaba la puerta a mayores estudios sobre los efectos positivos que podría tener la educación musical en los niños. Es decir: acaso escuchar y aprender a ejecutar música sí podía influir en un cerebro joven.
En el año 2010, la revista Intelligence publicó el mayor estudio que se hubiera realizado hasta la fecha sobre el Efecto Mozart. La conclusión fue demoledora: Mozart no incrementaba la inteligencia de los escuchas y cualquier posible mejoría era demasiado corta como para considerarse de relevancia.
Frances Rauscher, autora líder del estudio que había iniciado el mito, declaró entonces a la NPR que los efectos positivos de la música en la cognición, de existir, serían atribuibles a toda la música, no solo al compositor austriaco.
En retrospectiva, la psicóloga se decía impresionada de que el Efecto Mozart hubiese generado cientos de artículos y antologías musicales diseñadas exclusivamente para los niños. Detrás de todo ese ruido alrededor de un pequeño estudio que involucró a solo 36 participantes, había muchos padres que no vieron con malos ojos la promesa de ayudar a sus hijos.
“Quieren hacer todo lo posible por sus hijos y si existe la posibilidad de que esto pueda ayudar de alguna manera y darles a sus hijos una ventaja cuando lleguen a la escuela, entonces lo van a hacer”, declaró Rauscher.
¿Por qué Mozart?
Una vez desmentido el mito, la duda que queda es: ¿por qué Mozart? ¿Qué había de especial en este compositor para que tanta gente juzgara como natural la idea de que escucharlo específicamente a él podía traer beneficios cognitivos?
La respuesta acaso esté en la propia vida del músico. Según se lee en Mozart: the Reign of Love, de Jan Swafford, la infancia de Wolfgang fue la sucesión de múltiples hazañas que se juzgaron como milagrosas: haber aprendido a tocar el clavicordio a los cuatro años sin haber recibido una sola lección; haber compuesto sinfonías y obras complejas desde pequeño; dar largas giras ante las principales figuras de la realeza europea siendo apenas un niño.
Mozart mismo fue el epítome del niño prodigio, que vive su talento desaforado con una naturalidad inquietante y que hace con suma facilidad todo lo que es difícil para los expertos. Al respecto, Alfred Brendel, uno de los mayores pianistas del siglo XX, escribió en De la A a la Z de un pianista que las sonatas para piano de Mozart son “muy fáciles para los niños y muy difíciles para los artistas”.
Visto desde esta perspectiva, parece natural que tanta gente creyese en los poderes casi mágicos de la música de Mozart, como si su propio genio pudiese ser transmitido con solo escucharlo.