Cuando Marilyn Monroe le cantó Happy Birthday Mr. Presidente a John F. Kennedy

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¿Por qué la canción de Happy Birthday Mr. President que le cantó Marilyn Monroe a John F. Kennedy es tan importante?

Cuando Marilyn Monroe le cantó Happy Birthday Mr. Presidente a John F. Kennedy

Cuando Marilyn Monroe le cantó Happy Birthday Mr. Presidente a John F. Kennedy

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El 19 de mayo de 1962 ocurrió un momento único que se grabó para siempre en la memoria colectiva: Marilyn Monroe, en un entallado vestido, cantó una sensual versión del clásico “Happy Birthday” a John F. Kennedy. ¿Pero por qué fue tan importante este momento? El 19 de mayo de 1962 el mundo todavía no estaba al borde de una guerra nuclear. Faltaban algunos meses para que llegaran los 13 días fatídicos (entre el 16 y el 28 de octubre) en los que el mundo casi llega a la Tercera Guerra Mundial por la crisis de los misiles en Cuba. Faltaba mucho para que se endureciera el conflicto en Vietnam, faltaba mucho para que Kennedy fuera asesinado, finalmente, en un desfile en Dallas.

No, lo malo todavía no empezaba y ese 19 de mayo Kennedy estaba en la cima del éxito. Rico desde niño, casado con Jackie, la esposa ideal, padre de hijos hermosos, el presidente más joven en la historia de Estados Unidos, amado por todos, triunfador demócrata en su diálogo con los líderes de los derechos civiles… ¿Qué le podía faltar para ser más querido? Todavía no era el cumpleaños de John F. Kennedy. De hecho, ese 19 de mayo, faltaban 10 días para su cumpleaños. De cualquier manera, para un hombre que lo tiene todo, las fechas exactas acaban sobrando. Kennedy tenía poder hasta sobre el calendario. Así, en el tercer jardín de los Madison Square Gardens, se habían montado carpas y escenarios magníficos. Había espacio para más de 15 mil asistentes y muchos de ellos llegaron a pagar más de mil dólares para estar ahí: el cumpleaños del presidente servía, también, como una gala para recaudar fondos para el Partido Demócrata. En cierto sentido, el Partido estaba presumiendo a su hijo predilecto: el niño dorado, lleno de prestigio y de glamour que servirá para moldear astronautas a su figura; el hombre que convirtió a la Casa Blanca en el reino de caballeros conocido como Camelot.

John F. Kennedy

Todo era lo mejor en el mejor de los mundos. Champaña, música, Harry Belafonte como crooner, haciendo bromas, Maria Callas, Ella Fitzgerald, el carismático Peter Lawford, miembro del Rat-Pack de Sinatra y cuñado de los Kennedys, presentando a los artistas y animando la noche. Todo era brillo, todo era risa. Pero, entre tantas luminarias, tanto entretenimiento y tanto lujo neoyorquino, los asistentes esperaban la llegada de Marilyn Monroe. La vedette, sex symbol y tan alabada actriz era, finalmente, la gran atracción de la noche. Se sabía que Monroe estaba por ahí, que había salido de Houston inmediatamente para llegar a Nueva York para felicitar al presidente. Y la gente se impacientaba. Entre los asistentes, también corrían rumores: ¿por qué Jackie Kennedy, la inseparable esposa del presidente, no había ido a la celebración? ¿Por qué la vedette máxima de Hollywood, el sex symbol del momento, se juntaba tanto con los Kennedys? ¿Acaso la mujer más deseada del mundo tenía un romance con el hombre más poderoso del mundo?

Nadie lo sabía a ciencia cierta, pero parecía un secreto a voces entre la farándula: había un triángulo amoroso complejo entre John F. Kennedy, su hermano, Bobby Kennedy, y Marilyn Monroe, la actriz más importante del momento. Con esta tensión en el aire, Peter Lawford, cada vez que pasaba un número musical, presentaba a Marilyn Monroe. Pero Marilyn Monroe no aparecía y Lawford bromeaba sobre la conocida impuntualidad de la actriz.

Después de algunas presentaciones en falso, finalmente, Monroe se asomó desde atrás del escenario. El público irrumpió en un estruendoso aplauso, todos coreaban y gritaban. La noche estaba en su clímax y Marilyn caminó muy despacio hasta el podio al frente del escenario. Ahí, con un movimiento mil veces ensayado, convertido en algo absolutamente natural, dejó caer su abrigo. Por un momento, todos aguantaron la respiración… Marilyn Monroe, la actriz que, coquetamente, decía dormir sólo vestida con unas gotas de Chanel 5, el sex symbol, la mujer más deseada del mundo, parecía estar absolutamente desnuda en ese escenario. Marilyn Monroe vestida solamente de brillo. Jean Louis, el famoso diseñador ganador del Oscar tan querido por Rita Hayworth, Marlene Dietrich y tantas divas de la época, diseñó uno de sus típicos “vestidos de desnudez” para Marilyn. Para lograr un efecto único y provocador, Jean Louis midió la talla exacta de la vedette y creó un vestido tan entallado que no permitía que se pusiera nada debajo.

Después de lograr vestirlo, el diseñador tuvo que agregar, todavía, unas cuantas costuras. También, tiñó la tela del vestido para que fuera del color de la piel de Marilyn y bordó en él cientos de diminutos brillantes. Bajo ese vestido único, Monroe parecía estar completamente desnuda, arropada, como si esto no fuera una metáfora, por el brillo. La gente estaba estupefacta. Y perdieron la cabeza cuando Monroe empezó a cantar, bajo los acordes del gran jazzista Hank Jones, las letras pausadas de Happy Birthday. Ésta no era cualquier versión; era una versión única, sensual, lenta; una versión que decía más de lo que decía.

Se escuchaban gritos y vasos rompiéndose: todos los presentes sabían que estaban viendo una declaración de deseo, que estaba presenciando un acto de seducción entre los bellos, los ricos, los poderosos. Todos sabían que estaban viendo, finalmente, los prohibidos ritos de reproducción del Olimpo. Al terminar la canción, en medio de aplausos eufóricos locura generalizada, John F. Kennedy subió al escenario y dijo: “Creo que, después de esa canción, puedo dejar la política”. Era una broma, claro, y nadie pensaba que este hombre, coronado por el poder, bendecido por la riqueza y, ahora, cortejado por la mujer más hermosa del mundo, pudiera rendirse en algo. Ésta era una vuelta de la victoria… y nadie le negaba el sueño a Kennedy. Nadie salvo, tal vez, su esposa que se quedaba, resignada, a cuidar a los hijos. Y sí, a nadie le importaba, los años sesenta eran despiadados. Tres meses después de esta impresionante interpretación, la policía iba a encontrar a Marilyn Monroe muerta en un aparente suicidio, bajo circunstancias más que sospechosas. Nunca se esclareció del todo su muerte, al menos no para los anales de la historia popular. Siempre hubo la sospecha de que el triángulo amoroso entre John, Bobby y Marilyn había acabado en un rompimiento estruendoso que, aunado a la depresión crónica de la actriz, pudo dar lugar al crimen perfecto. Por supuesto, nosotros nunca lo sabremos y John y Bobby también, algunos años después, acabarían sus lujosas y fugaces vidas de manera violenta.

Asesinato de Kennedy

Esta última aparición mediática, pública de Marilyn Monroe marcó, entonces, el fin de una era en Estados Unidos: la era de la perfecta unión de la farándula con la política, la era de Camelot, del lujo aspiracional y de la carismática presidencia. Con la guerra fría, Vietnam, el asesinato de Kennedy, el asesinato de Malcolm X y luego de Marthin Luther King, toda esa buena voluntad de una presidencia carismática, liberal, progresista y perfecta, se esfumaría como espuma de champaña.

Quedó el vestido de Marilyn que, como símbolo de su figura escultórica y de una seducción única, pasó de mano en mano, de millonario en millonario, para estar en la vitrina de nuevos poderosos. Al final, un vestido de 10 mil dólares acabó costando casi 5 millones. Todo para nunca volver a ser portado, todo para que más hombres acaudalados siguieran reflejando en él sus deseos. También, quedó la imagen de Marilyn como diva seductora, una imagen que escondía a una mujer sumamente inteligente, letrada, sensible; a una mujer desgarrada por la fama, la soledad y la fortuna. Quedó, finalmente, un presagio en cada una de las presentaciones de Peter Lawford: como un funesto juego de palabras, cuando finalmente Marilyn apareció para cantar Happy Birthday al presidente, el presentador la presentó como “the late Marilyn Monroe”. En algún sentido sí, inmortalizada e intocable, en ese escenario, Marilyn ya estaba muerta.