En Esta Novela Gana Tenochtitlan: Álvaro Enrigue

Hablamos con el autor sobre ‘Tu sueño imperios han sido’, una audaz novela sobre la llegada de Cortés a Tenochtitlan

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Elisa de Gortari | N+

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Álvaro Enrigue en la Feria Internacional del Libro del Zócalo, en 2014

Entrevistamos a Álvaro Enrigue sobre su nueva novela. Foto: Cuartoscuro | Archivo

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Este 2022, la editorial catalana Anagrama publicó Tu sueño imperios han sido, la más reciente novela de Álvaro Enrigue (Guadalajara, 1969). Esta novela, tan desparpajada como arriesgada, recrea de una forma inusitada un capítulo central de la Conquista: la llegada de Hernán Cortés y sus huestes a Tenochtitlan y su posterior encuentro con Moctezuma.

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Tu sueño imperios han sido, que incluimos en la lista de los mejores libros del 2022, toma su título de un verso de La vida es sueño, obra cumbre de Calderón de la Barca que trata sobre Segismundo, un heredero cuyo presunto destino lo tiene prisionero en una torre.  A lo largo de sus 200 páginas hay descripciones en extremo detalladas de la vida cotidiana de los aztecas, aparece un Moctezuma deprimido y hay intrigas palaciegas que reflejan el malhabido momento en que Cortés decidió llegar hasta el corazón del imperio azteca. 

No es la primera vez que Enrigue toca este toma. Ya en Muerte súbita, que ganó en 2013 el Premio Herralde de Novela, aparecían Cortés y sus descendientes. Por ello, lo primero que pregunto a Álvaro Enrigue por correo electrónico es qué lo llevó a retomar ese episodio de la historia. En el camino, hablaremos de cómo es escribir desde Estados Unidos siendo mexicano, de las lecciones que aprendió de Sergio Pitol y José Emilio Pacheco y del clima.

Pregunta: ¿Cómo surgió la idea de volver a tocar el tema de la Conquista?

Respuesta: Un poco después de publicar Ahora me rindo y eso es todo dejé de fumar y tomar café. Obviamente, también dejé de escribir. Una mañana, después de más de un año de vivir como monje, encendí un cigarro y la nicotina me hizo eso que te hace: se me ocurrieron veinte ideas y me pareció que ejecutarlas era posible. Agarré un cuaderno nuevo, me compré un paquete de American Spirits y un café, y me fui a empezar un cuento al bosque de Inwood. En ese cuento a Diego Rivera le daba un patatús el 8 de noviembre y despertaba en la Tenochtitlan histórica pero en el año de 1519, cuando los castellanos entraron a México.

Luego escribí sobre un primer posible almuerzo de los españoles en Tenochtitlan y me pareció que el Moctezuma con que los castellanos se encontrarían más tarde en el relato debería sufrir una una depresión cuata, sólo eso explica sus pésimas decisiones de los años 19 y 20 del siglo XVI. Seguí trabajando muy lentamente, posponiendo la historia de Rivera porque en realidad lo que me interesaba eran Tenochtitlan y la depresión de Moctezuma.

Moctezuma recibiendo una embajada de Huejotzingo. Foto: WikiCommons | Archivo

Llegó el verano y le rentamos a una amiga una casita en Shelter Island. El cuento ya tenía suficientes páginas para empezar a llamarlo una novela, pero no estaba seguro de que fuera hacia ningún lado. Un día de agosto –seguía escribiendo lentísimo y sin ninguna seguridad– fui a remar. Ya era tarde. Mientras estaba ahí –la paz era absoluta– un águila empezó a sobrevolar el lago y recordé que era 13 de agosto, que hacía 499 años que Cuauhtémoc había rendido Tenochtitlan. En el momento justo en que se metía el sol, el águila se alzó altísimo y luego cayó como un misil para levantarse con un pescado en las garras.

Cuauhtémoc quiere decir “Águila en caída”, tal vez “Sol del crepúsculo”. Alucinado por la belleza del entorno, me pareció que lo que había visto era al nahual del emperador y que el libro tenía que ser sólo sobre su momento. Pura cursilería, por supuesto, pero esa pequeña revelación me permitió entender que lo que quería escribir realmente era un libro en el que pudieras ver, oler y escuchar Tenochtitlan y en el que triunfara el deseo: que ganaran los mexicas.

Pregunta: Alguna vez contabas que enviaste un manuscrito a Sergio Pitol sin invitación previa y él te marcó por teléfono solo para decir que escribieras con absoluta libertad. ¿Sigue vigente esa lección? ¿Qué otra lección así has aprendido desde entonces?

Respuesta: De Pitol aprendí esto que recuerdas. Hay que escribir con absoluta libertad, aun en tiempos de literalidad rampante como estos. Y si hay que sufrir consecuencias por ello, se sufren y a lo que sigue. Nadie se ha muerto por que la crítica pensó que su libro era una mierda y de todos modos no se venden suficientes libros como para que valga la pena cortejar a nadie.

De José Emilio Pacheco, que fue tan importante para mí como Sergio, aprendí que la virtud que autoriza a la voluntad de escribir lo que uno quiere, como quiere y cuando quiere, es la humildad: el reconocimiento de la dimensión real de tu trabajo, que es siempre mucho menor a como la percibes. Sin humildad, sin consciencia de cuál es tu lugar en tu mundo, el gesto imaginativo es una boutade. Y he aprendido a escuchar, a reconocer que en la mayoría de los casos mi opinión no es ni importante ni requerida y que, si pienso lo que escucho, a lo mejor un día puedo escribir, como decía Borges, una página que me justifique.

Muchas de las ediciones e inclusiones más significativas que tiene esta novela vienen de conversaciones con mis hijos, que lo ven todo desde ese mundo al mismo tiempo esperanzador y cruel en el que viven. Por supuesto que no leen mis novelas y no creo que ni sospechen que sus ideas las cambian –para ellos soy un viejo cuando mucho cotorrón–, pero son mis maestros.

Portadas de Tu sueño imperios han sido y Muerte súbita de Álvaro Enrigue
Portadas de ‘Tu sueño imperios han sido’ y ‘Muerte súbita’ de Álvaro Enrigue. Foto: Anagrama

Pregunta: ¿Te incómoda que cataloguen tus últimos libros como “novelas históricas”? ¿Cómo te llevas con el término?

Respuesta: Las novelas son de quien las trabaja y no tengo ningún problema con que alguien que ya tuvo la generosidad de leer una mía, la ponga en el estante que le plazca.

Pregunta: Alguna vez decías que solo se puede aprender a escribir un libro a la vez. ¿Qué tuviste que aprender durante la escritura de este? ¿Cuál fue ese obstáculo inesperado?

Respuesta: Estuve meses sin saber cómo terminarla. Tuve una crisis de ciática gravísima y el dolor sólo desaparecía si estaba sumergido en agua caliente –después de los cincuenta los males del cuerpo y el alma son centrales en tu experiencia del mundo. Me pasé semanas leyendo en la tina las novedades que había comprado durante meses y se me habían quedado en la pila del buró. Entre ellas estaba Las malas, de Camila Sosa. Es una novela rasposa y lírica, brillantemente contada, que aunque viene mayormente de Jean Genet, bebe sin vergüenza de las aguas del Boom –y al hacerlo le da la vuelta a ese bien abstracto y enmohecido que llamamos tradición latinoamericana. Aprendí del desparpajo de Camila Sosa que se puede saquear con honor también los libros más obvios de nuestras bibliotecas. Por esos días en la uni estaba dando a Borges. Preparando la clase sobre El Aleph –en la tina–, pensé: “Mirá vos”.

Pregunta: ¿Qué cambia cuando escribes fuera del país donde aprendiste a hablar?

Respuesta: El punto de emisión lo cambia todo, pero yo no puedo reconocer ese cambio porque me desplacé con mi punto de emisión. Además el cambio es paulatino. O lo es para mí: no me siento un neoyorquino, me siento un mexicano batallándola lejos de casa. Una cosa entre una chinga demasiado larga y unas vacaciones que cuando terminan vuelven a empezar. Pero supongo que sí cambian las cosas.

Creo que no estar agraviado constantemente por la realidad punzante de México me permite ver cosas del país que no vería si estuviera peleándome con el SAT, deprimido por la deriva de los Pumas, rezando rosarios en el taxi para que no me caiga el chahuistle. Igual yo me siento el mismo escritor. En otro lugar, pero con la misma gente –para citar al clásico.

Portadas de ‘Vidas perpendiculares’ y ‘Muerte súbita’ de Álvaro Enrigue. Foto: Anagrama

Pregunta: Antes decías que tus libros dialogaban sobre todo con poetas. ¿Crees que los narradores se han olvidado de ese diálogo o que deben, al menos, leer más poesía?

Respuesta: Imagínate si yo le voy a decir qué leer a mis colegas. Cada quien su puchero. A mí me hace feliz leer poemas y libros de historia y ya. Y ahí otra vez lo del punto de emisión. Las novedades literarias de aquí son deprimentes: pura autoayuda identitaria. Y en cambio la gran tradición historiográfica anglófona permanece y hasta mejora. Si eres una persona que visita librerías y vives donde vivo, terminas leyendo más historia que ficción. Igual no me enorgullece: cuando voy a una cena y todo el mundo está hablando de la novela de moda, me da una vergüenza loca no tener ni idea de lo que están hablando.

Pregunta: Vidas perpendiculares e Hipotermia ya tienen 17 y 14 años de su publicación, respectivamente. ¿Cómo te llevas ahora con estos libros y los que escribiste antes incluso?

Respuesta: Anagrama los acaba de resucitar, con Decencia, en la colección de Compactos. Cuando Silvia Sensé me preguntó el año pasado si quería leerlos antes de que los volvieran a formar, le respondí preguntándole cómo estaba el clima en Barcelona. Prefiero seguir la recomendación que le leí no recuerdo dónde a don Alfonso Reyes: no hay que ir en busca del tiempo ganado.

Pregunta: ¿Cuáles son los libros que te han impactado o gustado más en el último año?

Respuesta: ¿Cómo está el clima en la ciudad de México?