Cinco grandes maestros que cambiaron el siglo XX

Estos grandes maestros cambiaron el rumbo del siglo XX. Cada uno, desde su trinchera y circunstancia, dio su vida por el conocimiento. Y, enseñando desde las sombras, lograron cambiar al mundo.

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Cinco grandes maestros que cambiaron el siglo XX

Cinco grandes maestros que cambiaron el siglo XX

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Estos grandes maestros cambiaron el rumbo del siglo XX. Cada uno, desde su trinchera y circunstancia, dio su vida por el conocimiento. Y, enseñando desde las sombras, lograron cambiar al mundo.

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Anne Sullivan: la mujer que venció los sentidos

Helen Keller en 1904
¿Pueden imaginarse la dificultad de enseñar a leer y escribir a una niña sorda, ciega y muda? Los problemas que sugiere una enseñanza de este tipo son casi imposibles de imaginar. Y, sin embargo, Anne Sullivan venció todos los obstáculos de la enfermedad de Helen Keller, una niña ciega, sorda y muda desde los 19 meses de edad. ¿Cómo logró este hecho casi imposible? Sullivan nació en una familia irlandesa pobre. Y no tuvo ningún tipo de privilegio educativo: sus dos padres eran iletrados y nunca pudo ingresar a una escuela en su infancia. Su madre murió de tuberculosis, su padre era un abusivo alcohólico que la abandonó con su hermano, perdió casi toda la vista y, finalmente, ese mismo hermano, la única familia que le quedaba, murió enfrente de ella. Sola y desamparada, abandonada en medio de la inhóspita vida de Boston, Sullivan tuvo un golpe de suerte que cambió su vida: fue aceptada en la escuela Perkins para Ciegos. Se trataba de un instituto prestigioso en el que Sullivan aprendió a leer y escribir graduándose con las más altas calificaciones. Fue en ese momento que la familia Keller, por consejos de Alexander Graham Bell, el famoso inventor, se puso en contacto con Sullivan para que intentara enseñar algo a su hija Helen. Los Keller tenían dinero y vivían holgadamente. Pero sufrían mucho con la enfermedad Helen.
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Helen Keller con Anne Sullivan en 1888. (Wikimedia)
Helen tenía seis años en ese entonces y era una niña temperamental que hacía violentos berrinches. Ciega, sorda y muda, era difícil disciplinarla o conseguir comunicarse con ella. Pero Sullivan aceptó el reto y se mudó a vivir con la niña.

“Fuimos hacia el pozo e hice que Helen sostuviera un tarro mientras vaciaba agua en él. Cuando el agua fría empezó a llenar el tarro y desbordarse, escribí “A-G-U-A” en la mano libre de Helen. La palabra llegó tan cercana a la sensación de agua corriendo por su mano que se espantó. Soltó el tarro y se paró estupefacta. Una nueva luz apareció en su cara”

Poco a poco fueron comprendiendo la presencia del otro y, a través de un viaje imposible a través de la comunicación humana, encontraron la manera de hablarse. Keller siempre habló de Sullivan como “su querida maestra”. Ella fue quien le mostró que cada cosa podía designarse con letras; ella le abrió un mundo vasto del que nació excluida; ella, finalmente, le concedió, con paciencia y amor, el don de la palabra. Palabra tras palabra, el vocabulario de Helen se amplió y cada concepto pedía nuevas ideas. El revolucionario método de enseñanza de Sullivan venció así las barreras aparentemente infranqueables de los sentidos humanos y pavimentó el camino para muchos otros educadores. Helen aprendió a leer la escritura braille con fluidez y a escribir con soltura. Dedicó una autobiografía a su maestra y viajó a través del mundo como prueba de un milagro educativo. Cuando las conoció, Mark Twain llamó a Anne Sullivan, “la creadora de milagros”. Millones de sordos, ciegos y mudos en el mundo, son testigos, hoy en día, de la verdad en este mote.

Helen Keller con Anne Sullivan en 1909. (Wikimedia)

Jane Goodall: la mujer que vivió entre chimpancés

Jane Goodall es una figura esencial del siglo pasado. La famosísima etóloga dedicó su vida a comprender el comportamiento de los primates y, junto a ellos, aprendió a transmitir lecciones poderosas. A veces es difícil pensar en Goodall como una persona de carne y hueso. Su figura se ha convertido en una imagen mítica desde icónicas fotografías con chimpancés en África hasta apariciones en Los Simpsons. Pero Goodall es, antes que nada, una persona con un recorrido cariñoso que la llevó a Tanzania, en el corazón del continente negro. Goodall nació en una familia inglesa acomodada y su largo viaje hacia el territorio de los chimpancés comenzó con un peluche. Sus padre le regalaron un muñeco que imitaba, con peculiar realismo, a un chimpancé joven. Muchos adultos consideraron, en el momento, que el muñeco podría espantar a la muy joven Goodall. En vez de eso, despertó en ella una curiosidad profunda.

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Chimpancés en Gombe. (Wikimedia)
En los años cincuenta, Goodall se internó en una reserva de chimpancés en Gombe, Tanganyika (actualmente Tanzania) y trabajó observando el comportamiento de los primates durante cinco años. Eso le permitió concursar por un doctorado sin tener formación académica anterior. Es, justamente, gracias a que aprendió en el campo y no en las salas de escuela, que los resultados de los estudios de Goodall eran absolutamente innovadores. Los científicos que estudiaban chimpancés seguían metodologías estrictas que Goodall pasó por alto. En vez de numerar a los especímenes, por ejemplo, ella les puso nombres. Goodall fue, incluso, aceptada por 22 meses en una manada de simios como un miembro bajo de la sociedad de chimpancés. Y, a través de esta posición privilegiada, Goodall nunca dejó de transmitir el conocimiento aprendido. Así, en los treinta años que pasó observando a los chimpancés en Gombe, Goodall encontró comportamientos sorprendentes. Primero que nada, desafió la idea de que estos primates eran solamente herbívoros y demostró que podían utilizar herramientas.
Jane Goodall con uno de sus grupos educativos, Hungría, 2009 (Wikimedia)
Los chimpancés, bajo la mirada de Goodall, se convirtieron, verdaderamente, en nuestros ancestros. Ahora, Goodall se dedica a viajar 300 días al año y tiene toda clase de fundaciones con las que recolecta información y enseña preservación a jóvenes. Sus institutos están en más de 100 países en el mundo y cuentan con más de 10 mil alumnos. Sus conferencias siguen siendo impactantes y su lucha por los derechos de los seres no humanos es una lucha que no descansa, ahora, a sus 83 años. Hoy recordamos a Goodall porque nos enseñó que no somos los únicos seres en este mundo. Y sobra recordarle a nuestra destructiva especie la importancia de este hecho.
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Jane Goodall enseñando a niños en Martha's Vinyard. (Wikimedia)

Nadia Boulanger: la maestra de maestros

No hay manera de contar la historia de la música contemporánea, desde obras corales oscuras hasta Thriller de Michael Jackson, sin hablar de Nadia Boulanger. Y, sin embargo, muy pocos reconocen este nombre. Boulanger fue la hija de un famoso compositor y de una aristócrata rusa. Se crió en París y, muy pronto, comenzó a mostrar una excepcional curiosidad musical. Al escuchar alarmas de incendio corría al piano de su padre para tratar de reproducir las notas. A los nueve años entró al conservatorio y destacó como multiinstrumentista y compositora. Sin embargo, nunca quedó satisfecha con sus habilidades para crear música. Frustrada, decidió empezar a dar clases en el departamento paterno para sostener los gastos de su familia. Ahí comenzó la historia de una leyenda.

Nadia Boulanger en 1925. (Wikimedia)
¿Qué tienen en común Aaron Copland, Quincy Jones, Philip Glass y Astor Piazzolla? Que todos fueron alumnos, en algún momento, de Nadia Boulanger. Ella enseñó a algunos de los más prominentes genios musicales del siglo veinte sin buscar ningún reconocimiento. Su estilo de enseñanza era único: interpretaba las habilidades de sus alumnos y adaptaba su forma de enseñar para que cada uno encontrara un voz propia. Tenía un talento único para identificar, en las composiciones, líneas trilladas, movimientos banales, notas repetidas en el enorme repertorio de su mente. Boulanger creía en el desarrollo de cada alumno en su propia medida y buscaba desarrollar la originalidad en cada uno de ellos. Era una mujer de gusto ecléctico que disfrutaba, como ella lo decía, de “toda buena música”. Estricta, cariñosa e eminentemente didáctica, Boulanger fue la más importante instructora de música del siglo pasado. También, por si fuera poco, fue la primera mujer en dirigir la Orquesta Sinfónica de Nueva York y la Sinfónica de Boston. Reunía un salón en París en el que tocaba sonatas de Bach para sus amigos, entre los que estaba Igor Stravinski y Paul Valéry. Gershwin trató, sin éxito, de tomar clases con ella y Quincy Jones dijo, en algún momento, que fue la educadora más importante desde Sócrates. Si esto no basta para demostrar la importancia de Boulanger al menos muestra que fue una de las mujeres más impresionantes del siglo pasado.
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(BBC)

Nicanor Parra: el físico poeta

Nicanor Parra es uno de los poetas vivos más importantes del mundo. A sus 102 años, Parra es la memoria viva de un siglo atravesado por tradiciones literarias estrictas, vanguardias rotas y el soplo fresco de la antipoesía. Rompiendo los moldes de lo que dictaba la tradición de sus mayores, de Neruda y de Huidobro, Parra creó una nueva forma de hacer poesía, una poesía libre, irreverente, visual y lúdica. En sus antipoemas y sus artefactos, Parra hablaba con todos y de todos, era reflexivo y accesible, político y crítico, único en su tiempo, eterno entre sus páginas.

La presidenta de Chile, Michelle Bachelet, visita a Nicanor Parra en su centenario. (Wikimedia)
Pero pocos saben que Nicanor Parra nació de la enseñanza y vivió, mucho tiempo, de ella. Su padre era un bohemio profesor de primaria y músico que recorrió las provincias de Chile. Su madre era aficionada al canto folklórico y tejía vestidos. Muchas veces, durante su infancia, Parra tuvo una casa dividida: en el mismo lugar en donde habitaba la familia se montaba también una escuela primaria. Se puede decir, entonces, que Parra nació en un salón de clases. Y fue el único de sus ocho hermanos que continuó sus estudios después de la primaria. Estudió primero humanidades pero luego se decantó por la física y las matemáticas. También estudió, en la Universidad de Brown, Estados Unidos, un posgrado en mecánica. Con su larga carrera de estudios científicos, Parra regresó a Chile para retomar la profesión paterna. Fue maestro en diversas de las escuelas a las que él mismo asistió y llegó a dar clases a la Universidad de Chile como profesor titular de mecánica racional. Después, por su experiencia e importancia, fue nombrado director interino de la escuela de Ingeniería, cargo que ocupó durante veinte años.
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El Pago de Chile, instalación de Nicanor Parra (Wikimedia)
Y toda esta enorme carrera hubiera bastado para convertir a uno de los más grandes poetas de nuestro continente en un gran académico. Pero Parra siempre fue más allá. Intentó integrar las matemáticas a su poesía, encontrando nuevas formas de transmitir una pasión por experimentar con la escritura. Es por eso que siempre se opuso a los formalismos banales. Y nunca quiso que su poesía se convirtiera en una literatura para las élites cultivadas, una muestra de educación, un panfleto o el ideal de la alta cultura. Para Parra, con verdadero espíritu de maestro, lo importante era comunicar.

“Formábamos un grupo de intelectuales, nos llamaban los filósofos y, según los deportistas, filósofo era sinónimo de pelotudo. Se dio la clásica rivalidad entre espartanos y atenienses. Decidimos que teníamos que revertir esta situación y para ser aceptados se nos ocurrió hacer un tipo de literatura humorística, con muchos chistes y bromas, que era aceptada por ellos. Fue una transacción en la que el último hombre arrasaría con el súper hombre. Se produjo el choque entre pedantería y vulgaridad; nosotros éramos los pedantes, ellos los vulgares, y la síntesis dialéctica entre ambos, es la antipoesía.”

Evitando las distinciones entre izquierda y derecha, entre poesía culta y poesía popular, Parra fue un transgresor que enseñó al mundo una lección fundamental: dejar de lado la crítica sólo sirve para establecer formas monótonas e imbéciles.

Instalación de Nicanor Parra. (Wikimedia)

Marc Bloch: El hombre de acción de la academia

La historia de Marc Bloch, uno de los más importantes historiadores del siglo XX, es un mito contemporáneo. Académico, maestro, soldado, rebelde, el padre de la Escuela de los Annales es, sin duda, una leyenda de nuestros tiempos azotados. La Escuela de los Annales fue un movimiento revolucionario en la historiografía contemporánea. Cambió, por completo, la manera en que los historiadores se acercaban a su materia: de pronto, ya no eran tan importantes las vidas de los “grandes hombres”, de los reyes, de los emperadores y los papas; de pronto, quedaron en primer plano las historias de la de la gente común, atravesada por el curso de los siglos.

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Marc Bloch en la Primera Guerra Mundial. (Smithsonian)
Bloch creó esta forma de entender la historia en largos periodos, estudiando cómo vivía la gente en ella. Junto con Lucien Febvre transformó completamente la manera de enseñar historia y, a pesar de la oposición de sus colegas, transmitió sus innovadoras ideas a cientos de estudiantes en la Sorbonne. Hijo de emigrantes judíos, los padres de Bloch vivían acomodadamente en la ciudad de Lyon, al norte de Francia. Su padre era académico y fue una influencia constante en la vida de Bloch: él le enseñó a desconfiar de los “datos científicos” en historia, a ver cómo se pueden manipular los hechos y cómo, en las manos del poder, la historia puede escribirse de manera peligrosa. Bloch estudió en las mejores universidades de Francia y se convirtió en un reconocido académico. Publicaba incansablemente y enseñaba con energía, paciencia y humildad. Y también, como dice la sociedad que porta su nombre, él era “historiador y hombre de acción”. Bloch peleó en la Primera Guerra Mundial ganando el máximo reconocimiento militar para el valor en su país. Para la Segunda Guerra Mundial, Bloch ya era capitán y se alistó muy pronto para pelear contra la Alemania de Hitler. Pero, en 1940, la victoria de los alemanes en Francia fue aplastante y nació el colaboracionismo de Vichy. Al ver que su país capitulaba y accedía a todas las peticiones de Hitler, Bloch se sintió profundamente humillado. Escribió un libro para tratar de entender las razones históricas de esta capitulación y, al no poder pelear y no poder quedarse quieto, se unió a la resistencia francesa. Pero Bloch era demasiado conocido. Todos sabían quién era y parecía difícil que colaborara con los rebeldes al régimen nazi sin ser detectado. Aún así, Bloch decidió cambiarse el nombre, ocultarse a plena vista y comenzó a hacer todo tipo de tareas para la resistencia. Se convirtió en una figura paterna, un maestro de exaltado patriotismo e incansable energía, para los rebeldes. Pero Bloch era una figura muy visible y fue detenido en 1944: un panadero lo señaló en la calle y lo detuvo una patrulla de la Gestapo. Digno, Bloch llegó con la cabeza en alto a la prisión Moulet. Ahí, el encargado de la investigación y la tortura era el infame criminal de guerra Klaus Barbie.
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Klaus Barbie
Barbie se encargó, personalmente, de torturar a Bloch. Golpes con correas de plástico, látigos, artefactos para romper huesos, tinas de agua helada para simular ahogamientos, toda clase de horrores sufrió Bloch en tres interrogatorios distintos. Y nunca dijo nada más que su nombre. Entre visitas a la enfermería para sanar las heridas de la tortura, Bloch no abandonó su profesión y comenzó a enseñar la historia de Francia a los jóvenes detenidos que eran torturados a su lado. Un superviviente contó, incluso, tener una clase sobre los patrones de trazado de los campos rurales en la Francia medieval. Cuando se acercaban los americanos a la ciudad de Lyon, la Gestapo decidió quemar toda evidencia. Eso incluía matar a todos los prisioneros. Poco se sabe dónde quedó el cuerpo de Bloch. Sin embargo, sobrevivió una historia que se convirtió en mito por la boca de un milagroso superviviente. Cuando los alemanes sacaron a Bloch y a sus jóvenes compatriotas al patio trasero para fusilarlos, un adolescente de 16 años empezó a llorar. Volteó hacia Bloch, el más viejo del grupo, y le dijo “Esto va a doler”. Bloch, míticamente, respondió “no, hijo, ésta es la parte que ya no duele”.
Monumento de Roussilles a los mártires de la resistencia (Wikimedia)