Andrés Neuman Examina la Paternidad en ‘Pequeño hablante’, su Nuevo Libro

El autor argentino conversó en exclusiva con N+ sobre ‘Pequeño hablante’, un libro donde examina los descubrimientos que trae la paternidad

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Elisa de Gortari | N+

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Andrés Neuman habla de ‘Pequeño hablante’, su nuevo libro

Andrés Neuman habla de ‘Pequeño hablante’, su nuevo libro. Foto: Penguin Random House

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Andrés Neuman ha publicado en Alfaguara el libro Pequeño hablantedonde aborda la paternidad y los primeros años de la infancia. El autor argentino conversó con N+ sobre este libro, a medio camino entre la poesía y el ensayo, sobre los descubrimientos que ha hecho sobre sí mismo siendo padre.

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Pequeño hablante, un libro sobre el lenguaje y la paternidad

Pregunta: En Pequeño hablante mencionas que desde que nació tu hijo ya no puedes escribir de lo mismo ni de la misma forma.

Respuesta: Nos tientan las dicotomías y las dicotomías siempre amputan los matices de la realidad. Dentro de los muchos lugares comunes que oprimen nuestras experiencias personales (el amor, la mater-paternidad o cualquier experiencia más o menos importante), parece que nos dieran a elegir entre declarar que la nueva experiencia o te convierte en otra persona o se sigue siendo el mismo. Y en realidad de algún modo suceden las dos cosas, porque no vamos con las manos vacías o sin mochila a la experiencia.

Llegamos al encuentro amoroso con todo lo que nos ha pasado antes, con nuestras experiencias previas, con nuestras virtudes, nuestros traumas, nuestras limitaciones y nuestras facultades. Cuando nace un hijo creo que es parecido: se pone en juego nuestra infancia, nuestra crianza, nuestro pasado y en cuanto a la escritura, lo mismo. Hay algo muy inaugural en la experiencia, pero al mismo tiempo no era ni una persona especialmente joven y un autor inédito cuando nació mi hijo.

Fíjate, tú me hablabas hace un momento, por ejemplo, de Bariloche [primera novela del autor, publicada en 1999]. ¿Qué diferencia hay en la temperatura emocional? Es muy grande y, sin embargo, la prosa de Bariloche está todo el tiempo al borde de lo poético, juega con ritmos internos, incluso de la métrica. Estamos hablando de hace 25 años. Los pasajes de la Patagonia estaban escritos con métrica. Y es exactamente lo mismo que he hecho en este libro, Pequeño hablante. Está todo medido.

Un cuarto de siglo después, desde una emoción muy diferente y desde unas experiencias muy diferentes, resulta que vuelvo a lo poético por razones harto distintas. Me gusta pensar que, si arrastramos nuestras lagunas y nuestras experiencias a la crianza, más que iniciarse todo de nuevo, creo que es lo contrario: vuelve todo. No somos otra persona cuando tenemos una experiencia amorosa y mucho más de crianza, sino que somos más que nunca nosotros y nosotras, para bien y para mal.

Portada de Pequeño hablante de Andrés Neuman. Foto: Penguin Random House

“La aparición de un hijo es como tocar todas las teclas del piano al mismo tiempo”

Pregunta: ¿Cómo piensas ahora la paternidad?

Respuesta: Yo la visualizo como un piano. No es que lo que sientes por una criatura nunca lo has sentido por nadie (este es un lugar común que es simplificador), sino que todo lo que has sentido hacia tu prójimo alguna vez se concentra en la misma persona: amor, compromiso, miedo, responsabilidad, expectativas, temores, vulnerabilidad, devoción, incondicionalidad. Imaginemos que la emoción es un piano.

A lo largo de la vida tú has sido tocando todas esas teclas en algún momento, pero nadie había aterrizado sobre el piano y había hecho que sonaran todas al mismo tiempo. Me parece que la aparición de un hijo tiene algo como de un cuerpo que cae sobre el teclado y se escucha un acorde abrumador caótico, muy estridente y muy conmovedor.

“Los puentes son un símbolo en mi vida”

Pregunta: Antes de llegar a Umbilical y Pequeño hablante, que son tomos breves, habías pasado por escribir libros muy amplios, como El viajero del siglo, que ganó el Premio Alfaguara y cuyo borrador tenía 700 páginas.

Respuesta: A mí sí me interesó trazar un puente entre dos extremos. Yo no profeso ninguna religión y por eso me interesan todas. Son al fin y al cabo maneras de simbolizar y de trabajar la cultura. Y hay una idea del budismo que me gusta mucho que dice que los extremos no se oponen, sino que se necesitan.

Los puentes son un símbolo muy importante en mi vida, porque vengo de una familia exiliada, tengo una infancia desarraigada, nunca sé en qué orilla quiero estar. Y me he pasado la vida inventando puentes entre lugares que están lejanos, ya sean géneros literarios, países, acentos, dialectos. En este caso lo que es la orilla de los libros largos y la orilla de las microformas siempre estuvo presente, por lo menos desde El viajero del siglo, que fue el primer tocho que me atreví a escalar.

Siempre me atrajo el efecto refrescante que tiene cuando cambias de proyecto y te vas al otro extremo. El viajero del siglo es un libro que está escrito en una tercera persona muy movediza y muy abarcante. Y en cambio mi siguiente libro fue Hablar solos, que es una novela extremadamente breve, hecha de monólogos en primera persona.

El viajero del siglo transcurría en el siglo XIX y Hablar solos ere de una rabiosa actualidad. Me gusta irme al otro extremo para no convertirme en un especialista. Me da mucho miedo la idea de decir “yo solo hago novela negra escandinava protagonizada por un detective manco, eso es lo que yo hago”, porque entonces llega la sensación de que ya sabes escribir. Para mí, siempre somos aprendices, en la vida y en la escritura.

“Cuando tienes un hijo se acelera el pasado”

Pregunta: Dos de los momentos más llamativos de Pequeño hablante ocurren cuando examinas tu propia infancia y concluyes que no fue buena y cuando te preguntas cómo le explicarás a tu hijo que tú tienes una nacionalidad distinta a la suya, que él es español y tú argentino.

Respuesta: Siempre me ha obsesionado la doble orilla, las distintas maneras de nombrar en un mismo idioma, de sentirnos extranjeros en nuestra lengua materna. Todo eso regresó con mucha fuerza a mis emociones cuando nació nuestro hijo.

En cuanto al examen de la infancia, hay un fenómeno como de ciencia ficción cada vez que nace alguien y es que a su alrededor empiezan a resonar las infancias de los adultos. Hay un acorde de infancia, se empiezan a cuestionar la infancia de la madre y del padre, de los abuelos. Pensamos en cómo nos cuidaron. Estamos todo el tiempo comparando implícitamente la infancia que estamos tratando de darle a nuestras criaturas con la infancia que tuvimos.

Andrés Neuman en 2014 en Edimburgo
Andrés Neuman, autor de Pequeño hablante, en 2014. Foto: AFP | Archivo

Al mismo tiempo, cuando tienes un hijo se acelera el pasado. Es un fenómeno fantástico: cosas que quedaron décadas atrás vuelven a importarte. Por ejemplo, que hayas perdido a tu madre y no le puedas presentar a tu hijo a su abuela. Entonces el duelo que yo ya había hecho por mi madre vuelve a estar abierto, porque yo había aceptado que no tenía madre, pero todavía no acepto que mi hijo no tenga abuela.

O, como tú decías, el tema del exilio y sus consecuencias: cuando mi familia se exilió en España por razones políticas e históricas que no vienen al caso ahora, en la escuela me pasé unos años replanteándome mi lengua materna, aprendiendo a hablar de otra manera, que no es como te estoy hablando ahora, sino como hablo en España desde hace 30 y pico de años. Aprendí a hablar ibérico como cualquier niño que aprende otro idioma.

Me acostumbré a hablar con acento español, como hacían mis compañeritos y compañeritas, pero traté de proteger mi acento originario, no perderlo. En España no lo uso, pero en Argentina y Latinoamérica sí. Todas estas cuestiones que a mí me ocuparon y me preocuparon en mi infancia y mi adolescencia, cuando nació mi hijo volvieron a ser urgentes. Entonces volví a pensar: ¿esto es un plátano o una banana?, ¿vamos en el coche o en un auto?, ¿estoy jugando con mi hijo en el columpio o en la hamaca?

Y eso que hacía 30 años que no me preocupaba volvió a ocurrir: ¿Me voy a parar como un extranjero frente a mi hijo?, ¿cómo le voy a hablar? A mí me asustaba que mi hijo no abrazase el léxico argentino: su vida es totalmente española, vive en España, su mamá es española, todo su entorno es español.

Tenía miedo de que le costara demasiado esfuerzo aprender el doble nombre de cada cosa y fue muy hermosa la reacción de mi hijo, que me reconcilió mucho con mis dos orillas, porque no solo no las rechazó, sino que tiene un saltamontes imaginario al que le enseña a hablar argentino. O sea, yo le enseño a él y él le enseña al saltamontes. Entonces muchas veces me dice: “¿pregúntale al saltamontes cómo se dice maletero?” Entonces le pregunto y el saltamontes contesta baúl. Así que ha generado un espejo de aprendizaje. No solo no es problemático, sino que lo que de verdad lo inquieta es que algo se diga de la misma manera en ambos dialectos.

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