5 clásicos del cine mexicano para ver en Día de Muertos
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Las cinco películas que elegimos para esta lista son grandes clásicos que van más allá del horror y de lo sobrenatural para tratar el tema de la muerte como drama social, como imaginario cultural y como comedia absurda.

5 clásicos del cine mexicano para ver en Día de Muertos
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La muerte está en el centro de nuestra realidad, empapa nuestro imaginario, nos rodea y nos justifica. Los muertos en México no se van definitivamente, y siempre están regresando. Por eso, en la historia de nuestra literatura, en la pintura, en el cine y en toda expresión artística mexicana, la muerte aparece, aunque sea un poco, aunque se desdibuje en el fondo. En Pedro Páramo, en las catrinas de José Guadalupe Posada, en los cantos profundos de Amparo Ochoa. En el cine mexicano, la muerte también es una protagonista ilustre. A veces aparece como persona, a veces se evoca, a veces se conjura.
Las cinco películas que elegimos para esta lista son grandes clásicos que van más allá del horror y de lo sobrenatural para tratar el tema de la muerte como drama social, como imaginario cultural y como comedia absurda. Entre estas películas desfilan grandes nombres de la talla de Rogelio A. González, Pina Pellicer, Roberto Gavaldón, Fernando de Fuentes, Arturo de Córdova, Gabriel Figueroa e Ignacio López Tarso. Entre estas películas, entonces, hay una relación fecunda de la muerte con la vida misma del cine nacional en plena ebullición de la época de oro. Ojalá disfruten estos grandes clásicos con los vivos y no dejen de compartirlos con los muertos.
La llorona (1933)
La Llorona de Ramón Peón es considerada por algunos como la primera película mexicana de terror. Si esto es debatible, no hay duda de que es un clásico imperecedero que merece, casi cien años después de su producción, una revisión crítica. La película se construye como un misterio. Es el cumpleaños de Juanito y don Fernando, el patriarca de la familia, está preocupado por lo que le puede pasar: varios varones de su familia, al cumplir 4 años, fueron asesinados. Tras una serie de desconcertantes incidentes, la familia desentraña un misterio que se remonta hasta la relación de Cortés con la Malinche y una ancestral venganza de dos líneas de sangre que se cruzaron para mantenerse separadas. Con un pensamiento particularmente arcaico que roza un nacionalismo ramplón, La Llorona no nada más es interesante desde el género de terror sino como un hecho social. Esta película es el testimonio de una época, de ciertos miedos, de ciertos prejuicios, de vivas leyendas y de mitos fundacionales. Dentro de todo esto, por supuesto, La Llorona nos muestra que el imaginario de la muerte nos dio vida como mexicanos.
El escapulario (1968)

El escapulario es una película completamente atípica. Aquí las supersticiones se mezclan con la religión y la confusa y desgarradora historia de México en el siglo XX. Un cura llega a un pueblo y lo llaman para dar los santos óleos a una difunta. Antes de morir, la agonizante le cuenta una historia extraordinaria sobre un escapulario que dio a sus hijos y que, de una forma u otra, los protegió de la muerte. Las historias de los tres hijos se tejen entre la Revolución, dramas de hacienda y necesidad extrema. Cuando terminan las historias, la mujer convaleciente le regala el escapulario al cura. Inmediatamente después, una extraña coincidencia le salva la vida en un asalto. Y el cura se da cuenta así del poder del escapulario y de la verdad acerca de su propia historia familiar. Una película que mezcla géneros, de enorme elocuencia visual, con un emocionante giro final y que muestra, sobre todo, el enorme peso de la muerte, de la suerte y de las pesadas herencias familiares en nuestra cultura.
El fantasma del convento (1934)
Junto a La Llorona (1933), se considera a este gran clásico de Fernando de Fuentes como una de las primeras películas de terror mexicanas de la historia. Con actuaciones que rozan el expresionismo, y el maravilloso marco de un convento abandonado, esta cinta cuenta la historia de tres desprevenidos, Cristina y Eduardo, que están casados, y Alfonso, su amigo en común, que se quedan varados en un paraje perdido en medio de la noche. El trío encuentra refugio en un convento y son recibidos por un misterioso grupo de monjes. Dentro del convento, pronto empezará una lucha de seducciones y celos entre los viajeros extraviados. Todo atmosféricamente empapado por la cada vez más extraña presencia de los religiosos. Con un giro final impresionante, la película se revela como un delirio de una noche que nos enseña cómo, en las paredes viejas, en los relatos del viento, en los paisajes interminables de México, los muertos siguen siempre viviendo.
El esqueleto de la señora Morales (1959)

No podemos hacer una lista sobre clásicos mexicanos para Día de Muertos sin una comedia. Porque la muerte en México no es la muerte solemne de los europeos. La fiesta de muertos es eso, una fiesta que celebra el recuerdo alegre de los que más quisimos. En ese sentido, no hay comedia mexicana más hilarante y sensual que trate el tema de la muerte como la maravillosa El esqueleto de la señora Morales de Rogelio A. González. Aquí, un iluminado -y hermoso- Arturo de Córdova interpreta a un taxidermista que decide cometer el crimen perfecto y asesinar a su mujer. Todo en medio de vejaciones, chantajes y el siempre presente olor a muerte. Pero el crimen perfecto nunca es perfecto y la muerte se paga con más muerte. Una comedia imperdible en donde todo -y todos-, de alguna forma, terminan patas arriba.
Macario (1960)
Tal vez la más evidente recomendación para Día de Muertos es el mítico relato de Macario. La legendaria película de Roberto Gavaldón fue creada a partir de la novela corta de 1950 del misterioso y elusivo B. Traven. Ésta es la historia de un campesino que, cansado de las penurias diarias, sueña con comerse, al menos una vez en su vida, un guajolote entero. En el delirio del hambre, Macario se enfrenta al Diablo y a Dios, dos presencias evitables, antes de compartir el bocado que nunca quiso compartir con lo inevitable, con la mismísima muerte. Traven pensaba en la cultura mexicana con una distancia cercana. Su visión era profundamente íntima e incisiva, al mismo tiempo que lejana y sorprendida. De esta forma, el relato de Macario concentra, con un exotismo surreal único, el pensamiento sincrético que tanto caracteriza a la cultura mexicana de la muerte. La fotografía de Figueroa (que ganó un premio en Cannes), la actuación de Pina Pellicer e Ignacio López Tarso, las increíbles grutas de Cacahuamilpa, todo en esta película es vibrante de símbolos culturales nacionales. Una reflexión necesaria sobre nuestra superstición y lo que nos enseña de la necesidad absoluta a la que nos enfrentamos todos. Porque la vida es dura y no dura nada.