1984 nos enseña cómo las dictaduras corrompen el amor
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Orwell nos enseña que, para las dictaduras, el amor es una pieza de ajedrez

1984 nos enseña cómo las dictaduras corrompen el amor
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De esa historia recuerdo, sobre todo, la conclusión abrupta de un amor genuino. Sucede en el transcurso de las últimas páginas: dos amantes se encuentran después de haber sido separados a la fuerza y, eventualmente, terminan confesando sus respectivas traiciones. No hablan de infidelidades, sino de una transformación subjetiva a la que que han sido obligados para sobrevivir, esto es, una transformación política. 1984 de George Orwell fue publicado el 8 de junio de 1949 y, desde entonces, constituye un evento del que es imposible volver. La configuración de un sistema totalitario que, aunque ficticio, es tan complejo que parece vivo, ha fungido como parteaguas de innumerables análisis literarios, políticos y sociales. Los efectos de su publicación han demostrado que la novela es poseedora de un entramado difícilmente repetible: cada vez es más extraño que una ficción modele así una mirada crítica sobre el mundo. Finalmente, 1984 se ha erigido como un paradigma de eso que lo ficticio puede hacer sobre lo real: una discusión compleja, pero demoledoramente honesta, de los temas que aborda una sociedad. El asunto político, sobre todo cuando tiende al totalitarismo, suele ser uno de estos temas.
El relato, los relatos
Ricardo Piglia, en su conferencia “Los sujetos trágicos”, dice que
[…] eso es lo que hace la literatura: discute lo mismo de otra manera. ¿Qué es un delito, qué es un criminal, qué es la ley? Discute lo mismo que discute la sociedad pero de otra manera. Si uno no entiende que discute de otra manera, le pide a la literatura que haga cosas que mejor las haría el periodismo. La literatura discute los mismos problemas que discute la sociedad, pero de otra manera, y esa otra manera es la clave de todo.
El universo que 1984 plantea es una radicalización ficticia de los gobiernos autoritarios que Orwell vio durante la primera mitad del siglo XX. Es preciso recordar que la novela fue publicada sólo cuatro años después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, su autor tuvo que diseñar un mundo complejo y una ideología ficticia que se distingue por una gran cohesión interna. La historia se desarrolla en lo que queda de Londres, en el año de 1984. La Tierra entera vive bajo el régimen de tres superestados en eterna disputa armada: Oceanía –cuyo territorio es el lugar donde se desarrolla el relato–, Eurasia y Asia Oriental. Los tres ejecutan una guerra sin fin por los territorios que ninguna de las potencias domina todavía.
- El Ministerio del Amor, que oficialmente se encarga de la ley y el orden, pero cuya función primaria es la tortura y el readoctrinamiento.
- El Ministerio de la Verdad, dedicado supuestamente la gestión de las bellas artes, las noticias, la educación y los espectáculos, pero en realidad a cargo de hacer propaganda del Partido y reescribir continuamente la historia.
- El Ministerio de la Abundancia, al que corresponden asuntos económicos, esto es, la manipulación de la escasez y el racionamiento de los bienes para los ciudadanos.
- El Ministerio de la Paz, encargado de asuntos de guerra.
La novela sigue la historia de Winston Smith, un hombre de 39 años que habita la región de Oceanía que solía ser Londres. Winston trabaja en el Ministerio de la Verdad editando la historia: es responsable de reescribir la prensa del pasado para adecuarla a la postura oficial del Partido. Se trata de un trabajo infinito: la guerra perpetua implica alianzas y rupturas entre los tres bloques y, en este sentido, la historia –o la versión oficial que el poder exige– no puede cesar de reescribirse. Winston aborrece su trabajo, su precario y sometido estilo de vida. En una pequeña región de su departamento que él considera fuera de la visión de su telepantalla, Winston comienza un diario criticando al Partido. El acto, que ya en sí mismo constituye un crimen ante los ojos del régimen, es el inicio de una travesía que lo lleva a Julia, una mujer que le declara su amor y que también repudia el sistema en que ambos están inmersos. Eventualmente, Winston y Julia comienzan una relación en secreto, pues el amor y la aventura erótica son un delito ante la mirada del Ingsoc. Por otro lado, la pareja comienza una pequeña relación ideológica con O’Brien, un hombre que se presenta como miembro de la Hermandad, grupo opositor que se guía bajo los principios de Goldstein, el enemigo simbólico del régimen. No obstante, O’Brien se les descubre después como agente de una operación realizada por el Partido para capturar disidentes. Winston y Julia son separados por la fuerza con el objeto de torturarlos. En la fase final del suplicio, O’Brien conduce a Winston a la Habitación 101, lugar que alberga, según el verdugo, lo peor del mundo para cada individuo. En efecto, la vigilancia panóptica permite saber, en este caso, cuál es el miedo más profundo de cada ciudadano. Winston aborrece a las ratas y, por lo tanto, a las ratas va a enfrentar. Inmovilizado y con una jaula de roedores enormes frente a su rostro, desesperado por evitar que los animales le devoren los ojos, Winston grita lo único que podría satisfacer a O’Brien, al Partido:
- ¡Házselo a Julia, a mí no!
Los amantes son liberados una vez que se han traicionado entre sí. El efecto de la tortura no es sólo esa declaración feroz, sino su asimilación misma: Julia, como Winston, había deseado realmente que el castigo se transfiriera al otro. El Partido sabe cómo fracturar lazos y redirigir ese amor que había entre los amantes. Sentado en un café, Winston se entera de una victoria de Oceanía sobre Eurasia en que han ganado territorio africano. Las consecuencias ulteriores de su readoctrinamiento se cristalizan en ese momento: comienza a amar al Gran Hermano. En efecto, la narración orwelliana rebasa la descripción del autoritarismo. Su objetivo es focalizar cómo el aparato totalitario atraviesa a la gente que vive bajo su tutela. Finalmente, toda dictadura es voraz en sus intenciones de poseer cada pulgada de los gobernados. En este sentido, vale la pena preguntarse hoy cuáles son esos núcleos, esas pulgadas más vulnerables a la dominación del régimen.
Mirar, hablar, condicionar
Los amantes
- Te traicioné. - Yo también te traicioné.
Esos cuerpos que antes se desearon, ahora resultan insípidos –rígidos, incluso– el uno al otro. En el texto que fabricó para su Historia(s) del cine, Jean-Luc Godard dice que, bajo la tiranía de los hombres, “cuando la palabra/ se destruye/ cuando ya no es/ el don/ que uno hace al otro/ y que compromete algo/ de su ser/ es la humana amistad/ la que se destruye.” Si O’Brien obliga a Winston a traicionar a Julia como compañera y amante, es porque busca realmente la supresión de ese amor. Todo lazo genuino entre los individuos permite el nacimiento de sentidos, de horizontes nuevos capaces de oponerse a los discursos hechos para asimilarse como verdades, los discursos tiránicos. El régimen no puede obtener adoración total e irrestricta a la imagen del amo si entre los individuos se han establecido nexos más íntimos y, por lo tanto, más poderosos. Orwell nos advierte que, entre nuestros puntos débiles, nuestros amores son las regiones más vulnerables que nos habitan, las que merecen mayor protección. 1984 no es sólo una reconfiguración metafórica del nazismo o la U.R.S.S. de Stalin. Es, sobre todo, una novela que supo aprehender ciertos rasgos humanos que, por lo menos hasta el día de hoy, permanecen inmutables: somos susceptibles a la vigilancia voraz, sufrimos todavía las pérdidas humanas. Valdría la pena volver a leerlo.