Así fue como el Premio Nobel Mario Molina Salvó el Mundo

En el 80 aniversario de su natalicio, te contamos cómo el Premio Nobel de Química Mario Molina cambió el mundo con su labor científica

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Mario Molina durante una coferencia de prensa en 2011

Te contamos cómo Mario Molina cambió el mundo. Foto: AFP | Archivo

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Mario Molina nació en la Ciudad de México un 19 de marzo de 1943. En el ochenta aniversario de su nacimiento, explicamos cómo el químico mexicano descubrió el terrible daño de la acción humana en la capa de ozono y cómo colaboró para prevenir un daño irremediable en el planeta.

Los inventores y los científicos rara vez pueden dimensionar el impacto de sus creaciones y sus descubrimientos. Quienes inventaron los automóviles no hubiera imaginado la llegada del tráfico; Tim Berners-Lee, creador Internet, no imaginó ni la llegada de los memes. Y, definitivamente, el científico belga Frédéric Swarts no imaginaría las terribles consecuencias de una molécula que sintetizó a finales del siglo XIX: los clorofluorocarbonos.

Varios años después de su muerte, estas moléculas se volvieron muy populares en toda clase de industrias: estaban en las latas de aerosol, en los extintores, en varios plásticos. Sobre todo, los clorofluorocarbonos (conocidos comúnmente como CFC) estaban en los refrigeradores.

Los refrigeradores cambiaron nuestra vida cotidiana. Foto: Pexels | Archivo

Algunos dirán que el invento definitivo de la modernidad fue la radio, otros dirán que la bombilla eléctrica, algunas más opinarían que la locomotora. En esta competencia por ver qué invento influyó más en la vida cotidiana, hay quienes opinan que no hubo invento más influyente que el refrigerador.

La capacidad de guardar a baja temperatura los alimentos cambió la forma en que las personas concebían su rutina diaria. Este invento cambió nuestra dieta de forma dramática, sobre todo en los lugares calurosos donde la temperatura es capaz de pudrir cualquier alimento en cuestión de horas.

Los refrigeradores no hacen más que mover el calor de un lugar a otro. Para esto aprovechan una característica de los gases: se calientan al comprimirse y se enfrían si se expanden.

Cualquier que haya usado una bomba manual para inflar la llanta de una bicicleta habrá notado cómo el aire la calienta. Este es el mismo principio que usan los sistemas de refrigeración: usan gas para llevar el calor de un sitio a otro.

Los primeros refrigeradores usaban amoníaco, una sustancia que tenía severos inconvenientes. No solo su olor es sumamente desagradable, sino que además puede ser mortal si se inhalaba en grandes cantidades. Para colmo, esta sustancia es sumamente corrosiva, por lo que las fugas en estos aparatos eran frecuentes.

Esto cambió a mediados del siglo XX cuando se encontró un uso práctico a las moléculas que sintetizó Swarts décadas antes. Los clorofluorocarbonos eran baratos, no tenían los inconvenientes del amoníaco y cumplían con eficiencia su función.

Pronto su uso se extendió a múltiples industrias, sin que nadie pensara en sus posibles consecuencias.

Un niño fundó un laboratorio en un baño

Mario Molina Pasquel nació el 19 de marzo de 1943. Su padre fue abogado, profesor de la UNAM y llegó a ser embajador.

En un ambiente privilegiado, Mario Molina encontró su vocación por la ciencia gracias a los juguetes. En una semblanza publicada por la UNAM, Molina escribió:

Aun recuerdo mi emoción cuando vi por primera vez paramecios y amibas a través de un microscopio de juguete más bien primitivo. Convertí entonces en laboratorio un baño de la casa que apenas usábamos, y pasé largas horas ahí entreteniéndome con juegos de química

Aunque dudó si seguir el camino de la música como violinista, finalmente Molina decidió que sería químico. Estudió Ingeniería Química en la UNAM y posteriormente hizo un posgrado en Alemania, en la Universidad de Friburgo.

Tras una breve temporada como maestro en la UNAM, se trasladó en 1968 a la Universidad de California en Berkeley, donde se especializó en reacciones fotoquímicas. Al respecto, Molina escribió:

Los años que pasé en Berkeley han sido de los mejores de mi vida. Llegué allí justo después de la era del movimiento a favor de libre expresión. Tuve la oportunidad de explorar muchos campos y de involucrarme en apasionantes labores de investigación dentro de un ambiente intelectual estimulante. Fue también en esos años que tuve mi primera experiencia en relación con el impacto de la ciencia y la tecnología en la sociedad

Mario Molina durante una conferencia
Mario Molina recibió el Premio Nobel de Química en 1995. Foto: Cuartoscuro | Archivo

El daño sobre la capa de ozono

En los años setenta, una vez doctorado, comenzó a trabajar con Frank Sherwood Rowland. Fue en esos años que emprendió la investigación que cambiaría su vida y el mundo:

Sherwood me ofreció una lista de opciones de investigación; el proyecto que más me atrajo consistía en averiguar el destino de ciertos productos químicos industriales muy inertes —los clorofluorocarbones (CFC)— que se habían estado acumulando en la atmósfera, y que no parecían tener para entonces ningún efecto significativo en el medio ambiente

En ese laboratorio, Mario Molina llegó a un descubrimiento esencial: cuando los CFC se liberaban, se acumulaban en la atmósfera, donde reaccionaban de forma catastrófica con el ozono, un gas compuesto por tres átomos de oxígeno que protege a la Tierra de la radiación solar. Sobre su descubrimiento, Molina escribió:

Advertimos que los átomos de cloro producidos por la descomposición de los CFC destruyen por catálisis al ozono. Nos hicimos realmente conscientes de la seriedad del problema cuando comparamos las cantidades industriales de CFC con las de óxidos de nitrógeno que controlan los niveles de ozono [...] Nos alarmaba la posibilidad de que la liberación continua de CFC en la atmósfera pudiera causar una degradación significativa de la capa de ozono estratosférica de la Tierra.

En un planeta sin capa de ozono, la vida se volvería en extremo vulnerable a la radiación ultravioleta. De pronto, una molécula que parecía inofensiva se revelaba como muchísimo más peligrosa que su antecesor, el amoniaco: los CFC ponían en riesgo a la Tierra.

Agujero en la capa de ozono en 2019. Foto: NASA | Archivo

En 1974, Molina y Sherwood publicaron en Nature un artículo contundente de dos páginas donde exponían sus descubrimientos. Pronto descubrieron que, ante un peligro tan grande, debían ser algo más que científicos; debían ser también activistas y llevar sus hallazgos a los políticos y al público en general: “sabíamos que ésta era la única forma de asegurar que la sociedad tomara algunas medidas a fin de reducir el problema”, declaró Molina.

Aquel artículo fue el primero de muchos sobre la capa de ozono y el papel de los CFC. Su actividad científica sería compaginada con un agitado activismo: “presentamos nuestros resultados en reuniones científicas y también rendimos testimonio en audiencias legislativas sobre proyectos de control de emisiones de CFC”.

Molina comprendió que la ciencia no podía quedarse en el laboratorio y gracias a esta convicción su mensaje comenzó a llegar a los oídos necesarios. Fue un momento decisivo para el ambientalismo: se había demostrado que la acción humana podía tener una influencia perjudicial sobre la vida en la Tierra y, de súbito, se exigía una rápida intervención.

En 1995 Mario Molina compartió el Premio Nobel de Química con Frank Sherwood Rowland y Paul Crutzen, quien, por cierto, acuñó el término Antropoceno. Sin embargo, este reconocimiento palidece ante la importancia de sus acciones: gracias a su labor se tomaron las acciones necesarias para contener el agujero en la capa de ozono y los CFC salieron de nuestra vida, aunque sus sustitutos tampoco son inofensivos.

En los años siguientes Molina se dedicó sobre todo al calentamiento global y a estudiar las consecuencias de las acciones humanas sobre el medio ambiente. El niño que miraba amebas en un microscopio de juguete impidió que la civilización se descarrilara y para ello necesitó imaginación, conocimiento y, sobre todo, compromiso.